San Salvador y su cielo cúrcuma

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El crepúsculo rojizo casi cúrcuma de la paciente tarde desnuda la algarabía de mis pasos, se esparcen mis sentidos en el arbolado camino que me devuelve a casa. Densas nubes reflejan la palidez de su blanda envoltura, atravesando las estancadas sombras urbanas que devuelven al cielo la altivez que lo honra. Agudas formas proyectan la geometría de esta ciudad, que amaré siempre, son volúmenes espontáneos en irreverente desorden. San Salvador.

El ocaso del sol trastabilla en su resplandor con el candor que arrastra mi mente. Se agitan los recuerdos de mi tiempo trajinando calles y parques, hurgando en su historia y rascando en su literatura. En modo transeúnte que encuentra en cada esquina el horizonte, he descubierto el enigma: El frondoso despliegue de virtudes disperso en tu acalorado aroma, tiene nombre: El Salvador. Tu mar que alienta, tus volcanes solemnes, tus lagos, la tierra que late. Es todo tesoro ceñido en la pequeña geografía que te ampara.

Acariciado por el ardor que con desparpajo se mese en la atmósfera aireada de vivos colores, fogosos calores y aromas sosegados en proporciones tropicales, he dicho: !!Chivo!!! Y bajo el resonar sustantivo de las lluvias he persistido con el elocuente sabor de las pupusas, cuya palmatoria fabricación me sugiere la armonía de un coro que palpita con el ferviente aleteo de aves arrastrando el espíritu que aviva en la conciencia de tus gentiles moradores.

Se demarcan nuestros destinos trascendiendo las difusas líneas que presume la distancia, la apacible inmaterialidad de tu generosa hospitalidad avivará el coraje en la vertiginosa aglomeración de sonrisas suaves y miradas de amable transparencia. ¡Gracias, El Salvador! Flameará en mi memoria, por siempre, el pomposo latir de seres plausibles que despliegan signos vivos de fuego en la esperanza que hace vibrar como seda suave la palabra en la nostalgia. El cielo me recordará eternamente tus atardeceres y amaneceres cúrcuma.

San Salvador, 18 de febrero de 2024

Fuego en la piel

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El color del fuego se contrae bajo la brisa que incesante se estira en el aire. La estridente voz de tu sonrisa contrae la piel que arde en flor, para abrazar las miradas entumecidas por la pálida espiga que hace chispa con afán dilatorio. El fogoso sonido de metal, en adusta complexión de clavija, aprieta cada poro resignado y ambiguo porque debe acarrear el flujo irreverente de la inocua transpiración que se debate somnolienta en el caliente rubor de todas las miradas.

El verbo candente se desliza dilatado en el furgón erguido que transita caluroso por la casualidad elíptica que lo enfrenta al ardor de las llamas sublimes. Danzan como ninfas errantes los sueños virgos, para despertar desesperados tras la ígnea llama que inflamada reverbera insuficiente, pero clamando blanda por los paraísos que esconden los escombros graneados y congelan en escarcha pensamientos y desaires. El desaliento activa los sentidos.

Del amarillo que flamea en azul, florecen supremas ascuas ardorosas e iracundas que ingenuas se ahogan en el regazo transparente y adormecido que afloja las estrías del tiempo, ese infiel invento que nos mide segundo a segundo, en ese afán irreverente de desgranar los azarosos minutos que alteran la aritmética que gobierna la razón perenne. Quemar quisiéramos la herida que supura el dolor del alma flagelada por los dientes del fogoso ardor involuntario.

Dolor que arde y entibia la costra viva donde tu voz se grabó como el tatuaje verde azulino de minúsculos e indelebles trazos que consumen la piel, redimiendo su dolor ante las ignotas brasas de la ira promiscua, estirada por el humo al pervivir en el tiempo, vibrante y destilado para alardear estrepitoso su fina estampa. Impura e incombustible presencia ahoga la pasión en el nublado fragor de la llama altanera que acaricia. Solamente, cenizas han quedado…

Reescrito en San Pedro Sula el 11 de octubre de 2023

Mi Mamá. In memoriam

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Desde el blando algodón que cobija tu espíritu, me miras eterna. En la transparente y reposada gota que recoge tu lágrima oculta se posa toda la luz suave que enciende el brillo en el que flota tu cálido amor.

En el dorso de tu voz se elevan altas las notas frugales que aladas vuelan y me envisten, es la flor del jacinto derramando su aroma sobre la marea ondulante, para batir la arena esmaltada que se esparce granulada en tu sol.

Serena, en la distancia, me abrazas tierna, disolviendo los colores sosegados que se alinean puros, bajo el atardecer soleado que se abstrae del tiempo en la pálida languidez del cielo. Es el paisaje del límpido suelo donde tus ojos fulguraron por primera vez.

En la cresta de mis sueños me rasga tu voz aguda y asoma tu olor que crispa mi memoria. Me despliego intenso buscando tu indulgencia. Presumo en vanidad del rigor imperativo de tus consignas que prevalecen para seguir en el transito ecuánime por la vida. Es tu canto melodioso de valor sonoro. Vital.

Despierto en tu regazo, ceñido a tus rodillas, siento el inmenso gozo de tu afecto. Son tus manos tersas que al untar su fragancia en mi cuerpo pernoctan dóciles. Caricia de madre delineando el rostro resplandeciente del amanecer pardo silente que nos devuelve la mañana.

El calor de la infancia asoma en mi memoria para revivirte plena en la dulce alegría que cada mañana adorna tus labios. Te encuentro en el suave signo de la emoción que se me atraganta con el canto contagioso de los afectos persistentes. Te miro y mis ojos se tiñen de melancolía, te reviven a mi lado día tras día, es la cálida sangre ahogada en los vacíos que llenas complaciente. Eres la madre eterna que pervive en la memoria de mi corazón: Olga Ramirez Estrada In Memoriam.

San Salvador, 8 de abril de 2023

San Pedro Sula, siempre

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En el rigor álgido del calor que hierve, en el vapor agresivo que abraza azaroso mi piel, navego impávido, fascinado, relamiendo el gemido agónico de mi sed que absorbe el sosiego de la atmósfera entera que me envuelve ardiente. La espesa luz derramándose tropical en el letargo de la habitación que me guarda, enciende la palabra que vibra albergando en su sonido las emociones que transmiten tus encantos, San Pedro Sula.

Te he caminado, San Pedro Sula, y en el trajín atolondrado de lunas llenas que se descuelgan blandas, lluvias desbordantes que resbalan su brillo incesante, vientos intensos abstraídos en el ardor tropical, aires frescos deslindando en su fatiga la tregua necesaria, y tráficos agudos que explican la invisibilidad del tiempo, te has mostrado, San Pedro Sula, cándida y coqueta blandiendo tus múltiples colores en la faz lustrosa de tus días y tus noches.

En el ardor cicatrizado de tus calles que apelan a la claridad de la mañana, he respirado el verde resplandor de tu vegetación que resiste al apabullante peso del cemento. El tiempo derogado bajo el sol desplegado en tus caminos, me ha convertido en el creyente huésped que te añorará siempre. Es el efímero calor de tus enigmas, el bullicio que exaspera la noche de los veranos que reflejan tu afable semblante.

Has envuelto, calurosa, mis afanes, cubriendo los deseos circunspectos en la sabia redondez del tiempo suspendido por el reloj adusto, estirando el aire de mi insípida respiración, para apretarme con el afecto alargado de tu abrazo y el corazón generoso de tus hijos que no niegan luz en la sonrisa amable que derrochan. Recuerdos que arrastraré, también por siempre, evocando el icono alzado de la gratitud de haberte sido estando en el lapso de tiempo que me has cobijado, San Pedro Sula.

Antigua, la ciudad del tiempo

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He arrastrado todos mis pasos a través de los puntiagudos adoquines que tapizan tus entrañas. Bajo la encrucijada de paredes y portones envueltos en colores esquivos, se han desplegado lánguidas tus calles, con un cándido orgullo colonial de fachadas que mecen la carne del tiempo que fue tiempo, arquitecturas que le arrostran al cielo tu aire conmovido de señorial villa colonial.

Y a pesar del atasco que gime en la historia, fuiste, Antigua, un designio arbitrario del tiempo que sigue siendo tiempo en tus venas de aire cálido que persigue a tiempo un tiempo. Antigua, villa que duermes apacible en Guatemala y te conmueves revuelta en las estrías adormecidas del empedrado colonial que revive en tus ruinas vivas y eternas, la amable búsqueda de perpetuidad.

Cada tramo de tus pliegues arquitectónicos, clama agudos sonidos rugiendo bajo la gris cadencia de los pasos aletargados que te atraviesan. Las piezas de un pasado tejido en la inocua serenidad del tiempo, se ruborizan inclementes en la sombra que despliega el sol sobre los siglos arrastrados bajo el escozor de los ayeres, cubierto por la pasividad de atardeceres que encienden la estela ubérrima de un aquietado horizonte.

Antigua, los colores delatando el ríspido murmullo del tiempo en lejanía, empujan el sosiego de la historia que regresa en el riguroso atavío de tus ruinas que cantan insólitas tu pasado, reclaman lo que son, y declaman que seguirán siendo el refugio más sereno para los recuerdos teñidos por el espurio dolor que insaciable se extravía en el silencio monótono que estalló en tus muros rompiendo la soledad del tiempo.  

Antigua, cuando tus fundadores cantaron melodías que atronaron los finos cristales estampados de tus templos, su voz coral de armonioso temple encendió, de nuevo, la llama que persiste a tiempo en el tiempo. Tu tiempo Antigua. 

San Pedro Sula, 30 de agosto de 2021

César Cueto Villa “El poeta de la zurda”

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Vallejo nos inundó en verso para lo que queda de eternidad. Su palabra, palabra empozando el alma desnuda del Perú, nos miraba llorosa de lejos, Vallejo era todo, más que todo. Más cerca, en las calles de Lima, en los intrínsecos paisajes del virreinal distrito del Rímac, un adolescente de anatomía superflua, resaltando en su semblante una elongada nariz, se descubrió vibrante rociándonos candor y magia, inspirando superiores melodías. El frac como indumentaria hubiera sido lo más apropiado para entonar aquellos himnos reivindicadores de la perfección excelsa que esgrimía su pierna izquierda.

César Cueto, “el poeta de la zurda”, su verso, verso y reverso del fútbol, reinventó la cadencia y la música que el pueblo ávido le reclamaba a la poesía. La ilusión de un poema reposaba en él. Eligió la forma más popular de expresión artesanal, el fútbol, su fútbol, cómplice indiscreto, para esparcir por la sorprendida atmósfera y al ras de amables gramados, sus rimas generosas, susurros circunspectos para nuestros ojos. No obstante, no nos dejó entender, cómo un objeto en su garbosa redondez podía negar los principios de la gravedad y verificar los axiomas de la geometría espacial. Magia. Poesía.

Con caricias y golpes sutiles hacía rodar el balón que, luego, en intima acrobacia, volaba y volaba en un trayecto, aparentemente infinito, irreprochable, dilatando los cánticos atónitos coreados en miles de corazones encendidos sobre la ígnea pasión que conmueve al pueblo, el fútbol.

Las nubes ruborosas que almidonaban el cielo de Lima, su ciudad natal; las montañas amigables de Medellín ciudad que lo idolatró, paisa, para siempre, el pascual guerrero de Cali que lo guarda en su memoria para siempre, albergaron el verbo placido con que roció la desnuda pasión de sus poemas, sollozantes aleteos de nostalgia y reflexiva sensatez en el que comedidos balones se convierten en plumas que abstraídas del viento conviven con la gravedad del verbo enérgico en el que brilla la palabra del Poeta de la Zurda, Don Cesar Augusto Cueto Villa.

Piel caramelo

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Es el tronar de un tren sin estación, el resplandor de una luz sin piel, el latido punzante de un corazón que derrama sangre tibia; la oscuridad acecha ocultándose sutil en una sonrisa amagada. Es el cuero del sol hirsuto, adosado a risos claros, a blondas y largas vetas, porque negros son tus ojos y alumbran lento, alto, largo; como sobrio manantial de fuego húmedo, que atiza el cielo con la epístola ilegible en la que me hablabas de amor. Los verdes enanitos.

Amor de piel verano, trunco, en tarde de polvo y pasión árida, de vida cautiva sumergida en naufragios que pululan a tono en los himnos sonoros del rock, que nuestros tiempos nos vieron bailar. Tu piel, mi piel, en poros suaves de fabulas secas y lúbricos sudores, piel en fin, piel de monte, piel de carne, piel de hielo y calor, piel de piel que imanta la distancia.

De tu trigueño ensueño, mestizo, de tus lunares insertos, de tu parpado frío que recita, de tus labios a punto… caramelo, de tu rostro atado al mío, de tu piel bermeja, leona, turbia, suave piel eriza, careta antigua que absorbe el sabor del beso, respira y gime agonizando en pasión animal bajo la lluvia solazada. Si, de los labios del alma.

Humana virginidad, que enclaustra la angustia de pesares sedientos, locuaces caricias de original pecado, olvidado en la sombra que los surcos de tu fruncido ceño alojan en un nido arenoso encendido sin poder volar.

Eternidad efímera que rasga tus gestos al amarte, copulativa como la y gramatical, con miedo vacío y vano, por quererte en piel soñarte y sorberte en piel amarte. Para tatuar mi llanto contenido en un azul indeleble y cantar tu piel desnuda. En cada beso prófugo te acordaras de mí, porque “el día en que me faltes me arrancare la vida” recitó candoroso, para la eternidad  don Medardo Ángel Silva.

Puerto Príncipe, 29 de septiembre de 2015

Canto obsceno

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La canción envuelve el llanto y aprieta en un abrazo la voz apagada del misterio divino. Agrios frutos, pero protuberantes carnes padecen el sabor del melón de mar, robusto como tu encanto diáfano en la amargura de tu lágrima. Inciertos tus besos sobreviven a mi sed, mientras la prisa avisa al tiempo que el mar regresa en gotas de espuma atizando la modorra del olvido. Has mordido el pináculo que se avista de pie en el horizonte.

El cuerpo gira y ríe, porque así aprendió a alojar sus sentimientos. Los amores perdidos redimen sin piedad su rencor en el agua agitada por el frío del vacío. Pendula el sollozo en tus labios, capitulando tras el carmín prendido que abusa del espíritu del color, es la brasa ardiente llena del abril floreado del verano aquel que al alejarse derramó plegarias de dolor sobre nuestras almas.

Soledad sola, de luz perversa y cabello gris albino, tu lamento artero conjura, de nuevo, el caliente beso, hirviendo con el ardor del cuerpo, supurando fragancias húmedas que te desvisten ligera, para acurrucar tu anatomía por el lado omiso de los acordes que no desentonan, más bien vibran y alientan las mieles obscenas de trigo blando que crecen interminables espantando tu rubor encendido.

Te oirá el cielo, burlaras sus nubes pasajeras con sórdida alegría, porque has cantado en el infierno, coros mixtos de melodías que al bailar atavían tu descarada desnudes. Tu piel enjuta de hueso roído pliega su tersura y vuela promulgando en sus alas el grito del viento que ahuyenta al huracán sin nombre, son los mirlos que aletean con vigor su vuelo por encima del poema que recita el tiempo.

El pájaro que ascendió en la rama y aplazó la noche navega sin resistir tus caricias, pero sufraga en la batalla el laxo encanto que flota en los jardines de alegres flores adosadas al lado más ameno del canto obsceno.

PauP June 2015

Actualizado en San Salvador el 25 de octubre de 2023

Vallejo: Tu palabra en los heraldos

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El peso del tiempo te atañe como a Sísifo su piedra. En cadencioso trote que arrastra por centenas las hojas secas que fueron humedad del viento, se mueve el amor explosivo que como la cicuta de Sócrates explota en tu entera humanidad. Un ardor conmociona la piel. Un explosivo estremecimiento riega indeleble la tinta pastosa sobre las fibras blancas de la página contenida por los versos que destilan cadenciosos tu ser. Vallejo.

Tu santiaguina voz estalla en silabas andinas, palabra por palabra en cada lamento de tus heraldos marcados por la oscuridad lóbrega de la melancolía que navega desparramada por el alma aciaga, indeleble. Las dudas relamen con unción el sabor pálido del labio que se afloja estéril, ante el verso que atiza el recuerdo fugaz de las noches marcadas por las huellas en la corteza amarga del árbol cuya sombra marca la incontenible ansiedad que nos rasguña el alma hasta amarte con la más azarosa terquedad. César Vallejo inmortal.

Fuiste Vallejo, el vate andino que decretó la muerte del amor, aunque según el obcecado destino, no todos moriremos de amor, es el drama encarnecido: dónde esconderemos el dolor curtido, Vallejo; dónde los golpes en la vida tan fuertes, César Vallejo; cómo se nos empozará el alma. Querrán muchos morir como tú, Vallejo, pero ya no habrá otro jueves en lo que queda de eternidad, menos aún se repetirá la lluvia del recuerdo, y de París, de París, Vallejo, nos quedará la resaca de todo lo vivido, de todo lo sufrido.

En el aroma esparcido de tu verso, se empecinan tus heraldos negros, Vallejo, montados en los bárbaros potros que, breves como Atila, aletean agónicos para arrastrar en la atmósfera incierta, el silencio del alma infinita que apela al tiempo denso, para transportar a la gloria tu palabra trémula, eterna.

Actualizado en San Pedro Sula, el 19 de julio de 2021

Alberto Gallardo, el Jet

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Con trancos alargados y cadencia galopante, fluye veloz su esbelta envergadura; un brillo urgente se imprime en su fugaz mirada, alertando -quien avisa no es traidor- que va a activar el modo turbo para estallar la jugada vertiginosa. En el verduzco gramado podado, bulliciosas fricciones conmueven el ritmo de la sombra que rebota al paso de un rayo cuya luz recorre la banda izquierda del rectángulo encerrado por pegajoso polvo de cal.

Chispean aún las partículas blancas que levanta su inminente galopar. Cada zancada empedernida induce en la afición el murmullo recurrente de tonos sibilantes deslizándose de las tribunas, para acicalar a la gacela que como tromba fornida asoma insistente por el flanco izquierdo encendiendo el tiempo que atolondrado explota al infinito, va a evadir defensores en su camino hasta alcanzar la posición flotante que autoriza el remate final a las redes, destino premeditado que vibrando se inflama con la irreverente contundencia del golpe. El gol. Y el aire adyacente se sumerge en la embriaguez del balón que se mueve eterno. Alberto Gallardo, el Jet, desde los campos prematuros del valle de Chincha. Ica. Perú.

El barrio virreinal del Rímac lo adopta temprano vistiéndole de un azul eterno. Su despliegue físico abundante y generoso se esparce en los campos de Italia, de Brasil, aficiones que gozan con su esmero y rotunda prestancia. En la selección nacional dignifica el fútbol con su esfuerzo y constancia. Es junio de 1970 en México y, el Jet, empapando de enjundia la seda blanquirroja, reconforta a la nación entera estampando en sus retinas, las imágenes que eternamente avivarán la memoria: dos antológicos goles impregnados con su auténtica firma, la del trazo inobjetable devorando el aire que le sale al paso. Ser humano de inmarcesible altura y conducta apacible que practica el fútbol y lo dignifica como profesión. Don Félix Alberto Gallardo Mendoza. El Jet.

San Pedro Sula, 19 de marzo de 2022

Teófilo Cubillas, El Nene

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Trota fino y ligero sobre el césped, su sonrisa brillante marca el gesto y opaca las intrigas del entorno. Emerge sobre el gramado, bajo la blanda luz de la nocturna humedad limeña, con la placidez que se reclama para el género humano. “Feliz de la vida” es su predicado compulsivo y así lo ve la afición futbolera. Ha venido de la periférica Puente Piedra para anclar en La Victoria por siempre.

En la cancha se divierte manejando los tiempos del juego, como un cronometro que mide cada latido del espacio en el que conjuga talento con picardía mental que absorben sus regates en el toque sutil y contundente de su pie diestro. La afición lo advierte, es el amo de la función ofensiva que su equipo reclama, abrillanta el juego con magia y don. Busca, lo buscan. Lleva las medias arremangadas. ¡Ahí va El Nene!, dice el relator. Y tiene gol.

Teófilo Cubillas Arizaga, El Nene, aloja en su cuerpo la nobleza del futbolista puro, enfundado en la seda blanquiazul del Alianza Lima que le envuelve el corazón. Se consagra para siempre con el emblema patrio agigantando su gloria en México 70, el estadio Azteca atestigua su consagración universal. En Argentina 78 el destino lo sitúa en el podio de los que se tutean con la estelaridad.

Tensión en las gradas, el hueso aligerado de su empeine derecho parece deslindarse del metatarso para golpear el balón que viaja cómodo y alivianado pero raudo, como inflamado en helio. Ha previsto el primer palo, ha ensañado a los 5 de la barrera, el portero se estira, pero no llegará al balón que en curva se cuela a la red. Sella la victoria sobre Escocia, el 10 es abrazado por la gloria para siempre. Tiemblan los cimientos del Chateau Carreras de Córdoba. Agoniza el sonido en el eco anudado del gol que se incrusta ahogado en la garganta. Es la apoteosis.

San Salvador, 30 de septiembre de 2023

Eloy Campos, el Doctor

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Desde el populoso y tradicional distrito limeño del Rímac se empina adusta una anatomía de ébano chispeada en marfil, portento sanguíneo que enerva las miradas desperdigadas en las coloridas calles bajopontinas. Son los albores de los años sesenta, la generosidad del fútbol se mastica en los estadios, es pícaro y avispado el juego que se extiende a través de la húmeda atmósfera que el cielo de la ciudad de los reyes desprende.

En los campos recién inaugurados de La Florida resalta el tesón de este lozano mozuelo que con esfuerzo labra su oportunidad. Dedicación y condiciones propias lo apuntalan para debutar en la división de honor del fútbol peruano, ataviado del coraje defensivo con que izará la insignia del equipo de su vida, el Sporting Cristal. Luego, su carrera profesional transitará extensa y airosa, enrumbada por la banda lateral derecha celeste y la mundialista selección blanquirroja de México 70 y toda la década previa.

Es Eloy Campos Cleque, futbolista férreo de temple y pundonor pétreo que enjuaga en cada juego la divisa que defiende. Don Eloy es el bastión que blinda su banda despilfarrando rigor y trascendiendo el estilo. Desglosa adrede su cuerpo que yerto patina sobre las lanceoladas hojas del verde césped, es su legendaria carretilla que levanta el gras, ablanda la metáfora y lo envuelve de fama. Precisión quirúrgica y exhaustividad galena para operar sin bisturí, es el doctor del fútbol peruano, Eloy Campos, leyenda que reina en el engramado quirófano.

Su mirada penetrante absorbe el clamor de la incipiente afición del Rímac que lo eleva enhiesto en el pedestal que la gloria reserva a los ídolos perennes. Eloy, con sus apoteósicos bigotes, se sumerge en la historia del club abrazando su pendón con la prestancia de su jerarquía que se esparce como marca familiar, la saga de los Campos, futbolistas encargados de portar al paso de cada generación su creciente legado. Salud don Eloy!!

San Salvador, 23 de noviembre de 2023

De Colores

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De mi bandera son los colores, ¡bandera!, ¡bandera! Del límpido cielo que dormitando nos mira a través de níveas nubes candorosas es también el color. Las flores que cantan agudas son labios de colores. Las aves trinan todos los colores rosados. Los colores son los cerros cuando gritan desde la pendiente estrecha. El ancho mar en su pelaje expira colores. Es tu rostro cuando asoma a la ventana el color que se empina.

Del calor sediento y del templado frío, del ardor serrano y del fogoso verano son los colores. Color del aire que gotea pálido de noche, del agua al traspasar tus sueños. De las lágrimas y el dolor, de tu risa enquistada y tus encantos, del árbol que deshoja escarabajos, de su tallo margarita, del mundo apretado en un planeta, de todas las paletas, los telones, los fondos oscuros, las ventanas, puertas y paredes, del pincel que se eriza, son los colores.

De tus labios carnosos cuando besan, de tus dientes que brillan cuando muerden la caricia, de tus ojos que relamen con su brillo, de la casa cuando nos cobija, de la lluvia en el viento, de tu bello cabello y del vidrio cuando encuentra su luz, son los colores.

Del pelaje espantado del animal, del tren que bosteza al pasar, del amor cuando explota en el trueno, del relámpago que apaga nuestro miedo con su luz, de la vida y sus demonios albinos, de la zafra cuando endulza tu sudor, de la arena regada en el desierto que se ahoga, son los colores.

De la música cuando relumbra, llora y vibra en indómitos acordes, del poema que en el verbo sostiene y lacera el alma a puro abrazo, de la suerte que, aclamada por las sombras, abriga sonrojada los colores, de los deseos que se destiñen bajo el ardor de su melódica mirada, son los colores.

PauP May 2015

Editado el 21 de octubre de 2023 en San Salvador

En Ciudad de México

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Es un mediodía disipado de agosto. Desplazamos nuestros cuerpos a través del aire estelar que redunda en la mañana que abraza las céntricas calles de la ciudad. Se aglomera sonoro, como el remolino que lo envuelve todo, el acento chilango arrebolado de frases que cautivan. Líneas, masas, volúmenes de historia se levantan solemnes y se mecen incrustándose, como seda en piel, en el brillo perenne de siglos que cantan la historia.

En la laguna que le confina y agita, la gente flota, los edificios flotan, flotan los sentidos bajo una luz que oscila entre cielo y tierra, absorbiendo los colores esparcidos en el espejo humano que flagrante refleja el tránsito aglomerado de gente portando, con el vigor de una tempestad, el enhiesto estandarte de la múltiple culturalidad que atavía la ciudad. El camino hacia El Zócalo, transitando por Madero, enerva la emoción que se encrespa como mar en verano. La catedral nos examina.

Desde el parque Juárez, el Palacio de Bellas Artes acapara nuestra vista prendiendo, al ritmo de su brillante perspectiva, vigentes formas que elevan la geometría bajo la algarabía presuntuosa que florece y, al mismo tiempo, humilla los adjetivos. Sucesivos monumentos arquitectónicos distraen toda la atención. El edificio de correos, el Palacio de minería. 5 de mayo nos impulsa hacia Garibaldi y sus mariachis. La Reforma nos lleva a Chapultepec y su castillo, su bosque, sus museos. Navegamos en Xochimilco.

Ciudad de México es el sabor en chile acrisolado de fuego palpitando en la lengua. Es Frida, es Diego, es Vasconcelos, Paz, Fuentes, incluso Villa, son todos, somos todos. Es la verdad escondida en cada muro que pernocta en las lóbregas estrías de la historia. Es el inmenso alborozo que prevalece en Chapultepec. Es la tradición llena de señas marcadas en el tiempo detenido, en la textura artesonada que denota el altisonante soneto del canto épico. Es el resumen atolondrado del tiempo al repasar los siglos, Ciudad de México.

Quito, 20 de septiembre de 2023

José “El Patrón” Velázquez

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Deshojando el oxígeno que flotante auspicia sus pulmones, vierte desde su inmensidad un aire que atrapa los vacíos incrustados en la atmósfera. Es espeso el viento que se agita al verlo pasar. En el campo, la grama advierte el trote largo y armonioso de un ganador total, su cabalgata en ritmo señorial, de cerviz siempre levantada, es la sepa pura puesta en favor del fútbol.

Su coraje se expande por todo el campo incontenible como espuma excitada. Su técnica tan elocuente como el canto de un coro eclesial, despierta el murmullo atolondrado que cae desde las tribunas, afición que refrenda, admirada, la prestancia y rigor de su juego, con balón, y sin él. La velocidad de su mente impera en la zona central desde donde lo controla y domina todo. Fútbol moderno. Garbo y portento.

Es alto como un lanzón de carne esculpida que galopa a trancos cadenciosos denotando en su voz el perfil de gladiador que cubre su fuerte y pundonorosa anatomía. José Velázquez Castillo, de Cañete, caudillo por antonomasia. Volante central de todo el campo, proverbial al defender y talentoso al atacar. Es majestuosa su visión panorámica para entender el juego mejor que todos.

Épicas hazañas luciendo la blanquirroja, lo encumbran en el estelar entarimado reservado a nuestras glorias. 23 de agosto, estadio Centenario, tarde nublada en Montevideo, 1981, con prestancia, Velázquez, mueve al equipo nacional. Fútbol panorámico bordando, desde su propio campo, las paredes más apoteósicas de la historia de nuestro futbol.

Se despliega por completo, arrastra tras él a todo el equipo rival. Ha transitado pletórico hasta el área contraria, devorándolo todo, antes de servir el último pase a J.C. Uribe, su colega, quien anida el balón en la red. La emoción es interminable nos traspasa, España espera a Perú. Es el Patrón del Centenario para el resto de la eternidad.  

San Salvador, 2 de marzo de 2023

Salamanca, la histórica 

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La tarde gasta sus últimas horas absorbiendo un sosegado suspiro del verano, el marasmo y la emoción nos embarga al llegar. Revienta en la histórica Salamanca el ritmo de intensos latidos exaltados, transportando nuestro pálpito por los estribos indelebles del tiempo que se abstrae. Es la historia.

La agitación de los sentidos extendidos por el impacto que sacude e impresiona, atraganta nuestra voz bajo el mosaico que emerge del tejido de masas levantado para trascender la atmósfera y aparcar en los cielos conspicuos que la cubren. Es Salamanca, la monumental, emblemática y eterna.

Múltiples cuerpos se desplazan arrastrando sombríos pasos sobre el esplendor de calles y atajos que adormecen, con sus signos, las miradas frugales de tono mármol, de acero, de cemento, de rostros que anidan textura y rúbrica al trasegar el peso de los años en los espacios que arrastra el tiempo con su infinita evanescencia.

En su seno despierta cada mañana la emblemática Universidad que se despliega en el aire, bajo el candor desparramado de volúmenes que en cada perspectiva guían las miradas por el entramado bronceo que alinea los trazos ostentosos en cada tramo conmovido que flota en la historia.

La catedral irreverente se alza infinita y exhuma exultante los mitos que se baten en la piel de sus orquídeas y ojivas de eterna vanidad. Se sumergen los moldes de los siglos marcando el trajín entre aposentos que persuaden al tiempo.

La plaza grande e imponente nos sumerge en la profunda secuencia del legado. Salamanca estallando sobre la ley escueta del asombro. Bocanadas de aire que pausadas empañan su cálido camino. Es leyenda.

Puertas, linderos, calles, negocios junto al efímero perfil del caminante que clama espabilado a la inminencia del desdén urbano. Arquitectura que asoma trascendente bajo los designios que la acrecientan. Letargo aplazado de la historia abrazando, denso, los transidos episodios de la vida.

San Salvador, 26 de agosto de 2023

Segovia

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El sol espeso nos endilga en brillantes ráfagas los azotes más calientes del verano; el tiempo resume en acalorados pálpitos la reseña vigente de una ciudad agitada desde la lontananza de su historia. Nuestros cuerpos transitan los confines estrechos, aparcados entre predios entallados que erigidos avanzan sobre cada quiebre del sendero, estrujando las sombras poliformes, acostadas descalzas, alfombrando los portones.

Cada tramo que despejan nuestros pasos despliega historia, es Castilla y León. Se enmienda en modo retroactivo la visita postergada pero imprescindible. ¡Oh, histórica Segovia! La geometría arbitraria delinea la ruta, dispone un glosario de perspectivas cerradas y con prudentes arcos de media punta nos previene en sus mesuradas calles, que acá estuvo Roma desmesurada y prepotente.

Resabiadas, las estrías del asfalto atizan el vértigo asombrado en cada paso. La sed flota desparramada entrecejos, el calor deforma nuestros verbos, pero engalana en clave aritmética el dominio de los muros y el esplendor que El Alcázar le imprime a la urbe, desdeñando altivo las quebradas que circundan su monumental arquitectura. Las puertas se engalanan, los negocios apurados despliegan su energía para dar fe de la emblemática nomenclatura de los monumentos.

El aire impregnado de signos suspende la historia, es Segovia. Asoma la plazoleta y una estructura gigante nos hunde en espasmo embriagado, es el Acueducto Romano, grave y esbelto, ingeniería de todos los siglos que se antepone indivisible. Segovia ciudad efervescente a la que la ingeniería romana le ha legado siglos que arrastran colores. Acueducto de Segovia imperecedero.

El aire se desenvuelve armonioso entre espacios y monumentos en los que pernoctan los días del tiempo en la más estricta levedad. Los presagios del monumento esbelto no dan tregua a la historia paciente, que en su más sincera liviandad domina la razón, para perforar con las miradas el valor de la ciudad a la que el tiempo le asigna merecida gloria.

San Salvador, 23 de julio de 2023

Madrid, 29 años después

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El vuelo arriba y mi cuerpo se llena de aeropuerto, es la sangre que palpita anunciándome el retorno a una ciudad vivida tiempo atrás. Se repuebla la memoria con imágenes opacas, paulatinas, que han marcado siempre los recuerdos.

De camino a la ciudad, la atmósfera, en modo verano cruel, se arremolina para envolver los paisajes anclados en el pozo en el que se inundan los colores y sus sombras. Me nutro de solaz esparcimiento con personas que regocijan mi primera tarde en Madrid, 29 años después.

En la histórica Madrid, de la mano con mi hermano y los sobrinos atravesamos el denso verano boreal que, en el centro de la ciudad, agresivo guia nuestros pasos que abstraídos pulen las losas de la vieja capital Ibérica.

El desbocado calor, áspero, enciende la mañana, abraza el mediodía y raspa nuestra sed, arrobando los monumentales edificios desplegados en las emblemáticas calles dispersas en colores que brillan sin desmentir nuestro sueño. Sueño que se hace real.

He regresado Madrid, 29 años después. Cuando se acomoda la noche, opaca, clara, se riega de nuevo generoso el amor de mis hermanas, me cobija la vibrante emoción de estar en familia que ampara, porque tiene sembrada en el alma la emoción que ahoga el tiempo y dilata la distancia.

El tiempo y su vitalidad se arremanga en mis recuerdos, ya no eres, Madrid, la villa que mis pasos pastorearon, cuando afanoso me esparcí por tus aceras unos lustros antes. Me bato en la intensidad de un retorno imprevisible, necesario, mientras el instinto cuece emociones que rebotan elongadas.

Te debo, entonces, Madrid, el pretexto que me prestas para estar ahí, allende, dispersando el cuerpo, mordiendo la distancia y apresando el tiempo que no quiebra, jamás, la álgida avidez de juntar lo que perdurará en las luces de la perpetuidad. Hasta la vista, Madrid.

San Salvador, 7 de julio de 2023

Pedrito Ruiz. Un mago en la cancha

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En el Perú de los 70 y los 80 trotaba pesado, casi denso, en las canchas de la aletargada geografía nacional, un hombre de perfil contenido, insuficiente estatura y físico esmirriado. Su inefable estilo al caminar no despertaba envidia alguna, aparentaba, además, ejercer cualquier oficio digno, pero no precisamente el fútbol.

Pero el césped se erizaba, verde, con su magia de alta gama. El balón rodando dibujaba su trayecto por sí mismo, en el aire giraba y parecía detenerse para ver brillar intensas las nubes ante la algarabía del sol. Así navegaban los balones impulsados por Pedro Ruiz La Rosa, besados por una caricia sublime que le da cadencia para esgrimir el trayecto más exacto.

De la cercana y hospitalaria ciudad de Huaral, donde se cultivan naranjas sin pepa, las más dulces del Perú, salió, generoso, a regalarnos su magia cada fin de semana. En las tribunas flotaban embriagados los aficionados propios y contrarios que atónitos ante la soberbia calidad de su juego, de pie se rendían y aclamaban con fervor su talento.

Pedrito Ruiz alteró el fútbol, se burló inerme de las leyes de la física, con caricias inexplicables que hacían viajar al balón tan de pronto, tan de altura blanda, tan de poesía, control en modo imán, precisión matemática, de perspectiva física. De administrar inercias, potencia, velocidad, aceleración y desaceleración. El tiempo, en suma, quebraba la relatividad. Era magia.

Perseverante en su humilde conducta, el límpido palpitar de sus botines lo cubrió de gloria envestido en la atildada seda de su querido Unión Huaral de siempre. Brillante capitán que a pasos cadentes y atolondrados desplegó el teorema agudo del fútbol mágico: secuencia de estampas sublimes y pundonorosas llenas de estética.

Gracias Pedrito, por inventar el verbo asistir en el fútbol (desmarcando en vértigo a sus delanteros, postrándoles el balón en el punto exacto, deseado), por llenar nuestros corazones de delirio, por llenarlos de fútbol.

Gerónimo “Patrulla” Barbadillo

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El cabello amplificado por la escaramuza de sus hebras entretejidas esculpe, cual geometría descriptiva, una esférica cabeza, es la estampa encrespada del moreno que galopa en la cancha. En sus trancos impredecibles, de embestidas vertiginosas, esconde el balón para avanzar incontenible al área contraria. Vierte relajado en el césped erizado su alegre y armoniosa quimba de ritmo indescifrable. Talento puro heredado de su emblemático padre, don “Willy”.

Gerónimo, Patrulla, Barbadillo, el “Jerry”, desborda todo lo que le sale al paso, ciñe el balón a sus botas de cuero con la picardía del clásico alero derecho que despliega velocidad, gambeta y amague recreándose como un niño en el patio del colegio. En las gradas los murmullos se entremezclan incesantes para entonar atragantados las interjecciones que expresan álgida admiración. Despistados los defensores contrarios le allanan tramos del estrecho verde que lo llevará a su destino final de vencedor.

El querido Sport Boys del Callao, lo presenta de rosado en sociedad. De tránsito efímero y victorioso en el futbol peruano, recala en México, donde su versada habilidad lo encumbra para siempre en la gloria que soñó de niño; se hace un tigre de inmortal rugido, enmarcando el dorsal número 7 en el corazón de los felinos regiomontanos. Luego emprende con su fútbol a un nuevo destino, Italia con brillo.

Vestido con la divisa blanquirroja conquista la Copa América 75 y es esencial en el esplendor de fútbol mágico que clasifica a Perú al mundial España 82. Su tímido hablar muta con el regate, su excelso diálogo con el balón sacude el garbo vocablo de silabas que doman el lenguaje para romper cinturas y desmenuzar la espléndida maniobra que allana los caminos para habilitar el centro que, aéreo, encontrará con precisión matemática al compañero del remate final. Amigo del gol y del área, el tiempo le ha reservado la gloria con que el fútbol signó a su estirpe.

San Salvador, 25 de mayo de 2023

Mayo 31, Huaraz 1970. Era domingo

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Atmósfera andina untada con altos y secos aires que apretaron mi cuerpo bajo nevados pétreos, pariendo en mis ojos estampas candorosas que, hilarantes, interpelaron la circunspecta realidad, tallando el albo reflejo de fragor risueño y brillante de la nieve circundante. Sombras topacio sujetando los rincones indómitos que cobijan pretéritos al viento que nos exhaló.

Infinita imagen ataviada con la obstinación que te deparó la naturaleza. Albores humanos desgranados por el encantado paisaje, inaudito e incólume. Beso de cielo que seduce el cuerpo… Pero, en el sopor de una calmada tarde tronó el subsuelo. Descarnando clamor de sangre, engulló todas las voces, todas. Arrebolados pueblos enteros arriaron fragorosos su destino. Mástiles montañas de sombras sempiternas bufando al cielo la plegaria insomne poblada de memoria melancólica en dolor.

Era domingo. Cruentos heraldos de lo eterno transportando ariscos músculos que crujen la tierra. Moles densas de sonido estrepitoso, voz disipada lidiando con el sol abochornado, lleno de cielo, testigo alzado en llanto frío y nubes frondosas. Era domingo soleado, espetando serenas brisas serranas y mansos pastos, 31 de mayo, 1970, pasmado el fértil pasado de sueños brillantes, sometidos al capricho intenso del destino.

Era domingo, 31. Trémulos aullaron los enigmas pétreos custodios del agua fogosa de suntuosos lagos agrietados. Rebeldes masas de gemido terminal. Insignes, eternos, efímeros y pendulares en rubor van cubriendo solapadas quejas ardientes, ígneas, como luna embadurnada en metal crocante. Estrellas rezagadas y efímeras, quietas en el polvo que afloja el viento. Mundos enteros desnudados. Destino incierto.

31 de mayo de aire viscoso, tiñendo el sol de luz en polvo, barnizando con dolor y llanto el atardecer. Crepúsculo en sangre y pena… Después, vespertinos cantos, oscuridad doliente, dentadas de piedra bravía, eucalipto erecto, esplendor silente, cándidas costumbres. Te llevas todo. Te miro río que divides sin dolor mi ciudad. Capulí maduro.

Añoro el sábado 30, el domingo matinal del 31, blando y frugal, de familia entera, de veredas inclinadas, angostas calles, adobe colonial, balcones coquetos, grandes iglesias, magnos portales de color y tradición, zaguanes empedrados, grandes patios, barrios amigables. Ladrido endulzado de mis perros. Dulces auroras del destino fresco que mis ojos vieron.

Puerto Principe, 02/12/2015

Máximo Alejandro Maguiña Padilla. Papá Alicho

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Veintinueve de mayo. Celebro el día en que nació mi padre. Han transcurrido más de cien años desde que en Huaraz, su ciudad natal, vio la luz que radiante le anunciaba la vida entera, bajo el cobijo frio del alto ande de ígneas masas blancas que pernoctan en las altas cordilleras del Perú.

Hombre de magistral solemnidad que ejerció con sabiduría su elocuente doctrina; se entregó a los otros con atildada bondad e ilimitada generosidad. Hombre bueno, justo. El hombre más bueno e inteligente que este mundo me ha dejado conocer. Dueño incontestable de su historia y de mi historia. Su inconmensurable legado envuelve de sosiego cada día de mi vida.

He dicho que los padres no tienen que estar orgullosos de sus hijos, que son los hijos quienes deben estar orgullosos de sus padres. La dicha final es hacerte viejo y sentir que tus hijos están orgullosos de ser tus hijos. Es plegar en la mirada la divisa que flamea airada e  incontenible el honor y la dignidad que nos preserva.

En mi mesurada candidez te celebro siempre bajo el signo estricto de tu impecable sobriedad. Eres mi más grande orgullo, tu legado entero en forma y fondo vibra ardiente y proyectado. Tu vida y tu eternidad encienden mi memoria, flota la llama y mi corazón se desborda. El brillo de tu voz abraza apretando mis álgidas nostalgias. Tu sangre, mi sangre en el tiempo que se expande. Tu Palabra, la palabra elocuente. Tu mirada, la luz que se rebela ante el espanto de la sombra.

Te he amado intensamente, siempre, y presiento que no habrá suficiente amor en la atmósfera latente para compensar tanto amor que desplegaste a todos los tuyos dilectísimo y honrado Máximo Alejandro Maguiña Padilla. Feliz cumpleaños Papá Alicho.

Quito, mayo de 2022

Julio César Uribe “El diamante”

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El color opaco de la atmosfera invernal limeña distrae la tarde modosa que esparce su propia humedad en el coloso de “José Diaz”. En el césped un futbolista de juvenil anatomía rematada en un cabello de riso encomiable estira su cuerpo dribleándolo todo, sometido a la voluntad de sus instintos. Se desliza veloz, escurriendo el balón con atildados amagues que se pronuncian extendidos a lo largo de su cuerpo entonado en ébano.

El verde pasto, enmarcado en polvo cal, cobija la fiesta que pervive en el aire insuflado de candor, ritmo, serenidad, sosiego, algarabía y sabor. Tarde enaltecida por el fútbol de luz y brillo que acrecienta su figura emergida con los signos del rigor físico, cómplice sempiterno del balón que rodará bajo la égida de su sonrisa y su rebelde elocuencia en su lucha pertinaz para allanar el camino hacia sus sueños. De los sueños no se abdica ni despierto, jamás.

Con la seda de su selección nacional transmite gozo a la afición, es puro arte que adhiere al futbol picardía y elegancia, regate depurado de quimboso aroma a calle. Se encarama más allá de las fronteras: Italia, México y Colombia gozan y admiran para siempre del enarbolado desdén de su mirada esmaltada, brillando encendida en el largo camino a ser leyenda del fútbol peruano y grande de América.

Julio César Uribe Flores, el diamante de ébano. El 10, interior puro que inspira. Inspirador. Pantera estilizada de garras indómitas que, brincando los asfaltos rajados, desde Barbones, su barrio, llegó al Rímac, al otro lado del río, el candente distrito que cobija al club Sporting Cristal, que lo adopta desde su infancia llena de rigor y seriedad para enaltecer su pasión, el fútbol. Luego, la historia biográfica del fútbol peruano refrendará entre sus páginas más descollantes su intrínseca valía.

Quito, 2 de marzo de 2023

Suspiros en el aire

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Tus suspiros son de aire y van al aire (Becquer), los envuelve en gotas, por separado, cada lágrima viva esgrimida desde el atiborrado rubor de tu conciencia; es el desdén precavido de tu alma escarchada en partículas de grave masa. Suspiros meciéndose avispados en un flujo ligero sobre tu rostro que atisba los ardores del verano incipiente. Piel caliente de nervaduras agrietadas tropezando en pasmosos meandros.

Suspiros rociando el aire bajo el resplandor brillante de formas que colisionan y moldean el tiempo en su insulso perdón. Tu rostro se conmueve tembloroso pero plácido desde el sabor tupido de sentimientos heridos que se resignan a la oración atolondrada, cuyo grito surcado de estrías espeta el sudor amargo que se esparce como fría angustia del peor color para adormecer tu voluntad. Es el cielo que truena desbocado.

Suspiros arremolinándose en densos pliegues se aturden bajo luces inertes que avasallan el verde confort de los aposentos del destino en los que pernoctan tus sueños. Suspiros invisibles evanesciéndose con cada pálpito del corazón, disolviendo aromas rubricados con el polvo emanado por tu sutil respiración. La discordia efímera se diluye en la vergüenza y el desprecio del canto inspirado en el latido ahogado de tus pensamientos.

Es el mar inundado de llanto rebalsado en las olas que embisten la verdad adormecida en la arena regada por la costa. Suspiros en colisión apelmazados en la oscuridad suntuosa de besos atrofiados por el escándalo; sensibilidad dispersa en las melodías que disponen los acordes. Perfume que empalaga el aire desollando la respiración fragmentada de tus sentidos que se inflan de desprecio.

Nido eterno sostenido por la cúpula de aristas pulidas en su propio equilibrio, es el suspiro que refleja nuestras noches. Suspiro huracanado estallando burbujas de viento que se pierden en el aliento desesperado del ave que emerge sudorosa en todos nuestros mares.

Quito, 23 de febrero de 2023

Panamá: El Istmo

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Latitud que tiñe atolondrada zurcidas paletas de colores, para pintar con verdes trazos las espesuras de sabor tropical que pernoctan densas en la insolente atmósfera que arrastra sus sombras. Bandera que se agita estentórea tejida como la Mola que revela el signo explicativo de una historia bordoneada de color. Mujeres y hombres respirando sin fatiga su alegría.

Mar y continente deslizando pesarosos besos en la limpia arena que se escurre. Espuma intensa que al morir salpica intransigente la costa elongada bajo la piel tersa de granos que sucumben a la nimiedad del tiempo. Naturaleza siendo naturaleza al dibujar la arteria estrecha que junta dos océanos que ardorosos la bañan. Panamá.

Istmo extendido que balbucea a través de cadenciosos meandros ríspidos, absorbiendo leve los vaivenes de la presurosa geografía que advierte el despertar de montañas animando miradas que delatan el levante y sosiegan el poniente. Acaricia sus mares la dulce luz de un cielo brilloso que inflamado arde en el reflejo azul que se cuela en cada vértigo que rebalsa la agonía de las horas.

Estrecho perfil meciéndose azaroso entre océanos que lamen por ambos lados el canto rodado de guijos acopiados, renuentes a la vigilia de dos horizontes. Pasmada la tierra en su fragmentado semblante, bate su larga masa, intestino umbilical que une un continente.

Horizontes que vierten luz ardorosa de crepúsculo rosa dorado, abriendo la geometría tangente que desvela, célebre, el emblemático canal que une dos mares, balanceando las prepotentes naves que la surcan presumiendo, encorvadas, frente a la mirada cautiva de aviesos ojos que la contemplan bajo el aire verde que apaña al sol.

Distinguido acento de gentes que al placido llamado de su voz nos percatan del son que transmite su inmortal cantador, don Rubén Blades, cuyos acordes despliegan el poema que vierte el encanto frugal del acervo popular que redime a su histórica ciudad.

Quito, 21 de diciembre de 2022

Percy Rojas ¡“El Trucha”!

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-!Ahí va “El Trucha”! Suena estentórea la voz del narrador que insufla emoción en los corazones de la afición. Sobre la verde grama, una espigada figura elonga sus músculos y explaya, irreverente, sincronizados movimientos delatando una aparente fragilidad, a pesar del tesón con que derrocha fuerza y valentía en el juego.

En Lima, ciudad virreinal de inviernos y veranos agobiantes de humedad, un sonriente muchacho de 17 años se exhibe, vestido de color crema, ante la sociedad futbolística de la nación. Año 1967. Proviene de la Unidad Vecinal No 3. La prontitud de un pez y la facilidad para escabullirse, con talento, de los defensores rivales le asignan para siempre su inmortal apelativo: “El Trucha”.

Percy Rojas Montero, trajina con dignidad elocuente el fútbol en el que ostenta con mérito propio su justa gloria en la historia. Es el delantero de linaje que impregna de regocijo todos los tramos del frente de ataque: 9 sin corpulencia, atípico; devastador alero izquierdo, sin ser zurdo: gambeta y pique por derecha, a doble perfil; paces de todo color y amplitud desde el centro del campo. Es el jugador ofensivo total, nacido para brillar como inmensa estrella encendida en el zenit de la atmósfera.

El Perú entero le agradece por siempre sus esenciales goles para la obtención de la Copa América 1975, la clasificación a los mundiales de Argentina y España. Cimeros títulos con grandes equipos corroboran su senda gloriosa: la U, Sporting Cristal, Independiente de Avellaneda, Sérésien de Bélgica. Percy ha colmado de orgullo a la afición que grita sus goles y le dispensa por siempre reconocimiento e idolatría general.

Percy Rojas, ser humano que dignifica el fútbol, luchador que combate con pasión innata en su paso por la vida dribleando al destino con la algarabía de su sonrisa y derroche de simpatía. Tu espíritu guerrero contagioso hace palpitar con intensa emoción nuestros corazones.

Portoviejo, 7 de noviembre de 2022

Tiempo que desdeñas la razón

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Tiempo resplandeciente cuya indiferencia contiene todas las formas. Tiempo que despliegas en el espacio graves fauces para carcomer con desdén las estrías caóticas de la eternidad, rebela en tus ojos el ocaso que oscurece la sombra y revierte en los párpados tu mirada extraviada en el candor insulso al que te arrastran los climas arduos de cada estación.

Destino que despistas tu cuerpo dentro de la masa de tiempo que se escurre almidonada; que divagas acobardado en las escenas extraviadas de espanto, donde tu timidez aguza los sentidos para observar la copulación acongojada de incesantes vientos excitados. Se asoman miradas incautas de extraños sobre los poyos que soportan el peso amable de la atmósfera displicente que reina en los sentidos.

Espacio atrapado por el incesante trajín del tiempo, te cuelas fugaz y espontaneo dibujando, a tu pesar, la línea áspera que separa con desdén el destino de la cadenciosa eternidad. Sólo te espanta la expresiva sugestión de rostros alterados al paso de los años. Desperdiciado el oxígeno nos asedia como aquel mar de aire silente que desgarrado coexiste en tu mirada.

Voz que desdeña la razón para entender los sueños escanciados a gota viva en los cristales oscuros arrullados por enjabonados suspiros suspendidos en los encantos latentes de la naturaleza espesa. Pecado eterno dispersado por la fruta madura que disuade tus ojos en los míos. Feroz destino que copa el aire fundido en cada estrella del soleado firmamento tolera en tus entrañas sus vergüenzas.

Azaroso el olvido escribe poesía en la amplitud de tu espalda generosa mientras me azota el pecho. Un enjambre de abejas despliega, por siempre, la miel que embriaga los sentimientos y clama al tiempo que desconoce sus esfuerzos. Despedazada la razón por los efluvios de la eternidad ajena, siembra pétalos sonrientes que encubren con su aroma el fugaz desdén que nos agobia.

Quito, 4 de noviembre de 2022

Los Ceibos serenos de Manabí

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El tono verdoso del cutis que te envuelve, como espuma almidonada en siglos de sol acaecidos al amparo de tus sombras dispersas, desborda la atmosfera agobiante, hincándola con tallos que coronan la gruesa y solemne estatura que configura tu carácter. ¡Oh, ceibo sereno!

Desparramados en distinguida armonía, drenan el cielo apacible los incólumes tallos elevados para tejer, en punto roma, el aire apaciguado que late en espera lamiendo el espacio acostado en el bosque. Son secos meandros que inagotables y excéntricos arengan al tiempo.

Solemne en tu color, ceibo sereno, te desplazas por la carretera empujando infatigable el horizonte adusto que conduce al cielo, cielo que resume tus encantos. Tu trajín rodea de abrazos el monte y junta lapidarios versos en seda tenue, resbalando el alma ausente bajo la caricia delicada que compromete todos los sentidos.

El vigor de la tierra transparenta el sabor de tus raíces retenidas por la acuosa envestida de la senil naturaleza. Tiempos asentados en laderas intensas afloran las décadas de esplendor que la biósfera te atribuye. Sortilegio de vida que se evapora como agua acumulada en venas que infringen tus centurias.

El bosque te sumerge, ceibo, en la estación de paso, para enumerar tus latidos que enmiendan las escenas perdidas en el lacónico paraíso que se acongoja en los márgenes de la carretera, frente a tus ramas encubiertas por la estación que al humedecer tus hojas graba tu destino.

Amodorrados vientos drenan aire en los remilgos de las flores de abundante púrpura, de decoro aterciopelado y de pétalos blancos añorando el rosado. Las estaciones te florecen cuando no te desnudan, pero tu flamígera figura enarbola la luz que adulara siempre a la eternidad.

Tus besos prematuros de blanca madera me avivan cuando, tímido e incrédulo, te observo desde las carreteras ¡Oh, ceibo de Manabí!

Quito, 18 de octubre de 2022

Su mirada señala el horizonte

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Un inusitado desplome sumerge en su propia flema la angustia que cobija los dolores insospechados del ánimo que suspende el viento; el denso rubor de su piel vacía colores insólitos en el despliegue extenso de la bruma que aflora del intenso vapor; se adormece la arruga fluida que atraviesa la memoria atolondrada y esparce el deseo suspendido en el insulso confín de sus ambiciones.

Hebras grises emergen de su adherida oscuridad, incesantes, apretando el agobio escatimado al calor que lo ahoga todo. Espontaneas brisas acarician la máscara entorno al ojo abrigador del ave madrugadora que se aletarga al pensar en la tentación del aura matinal. Acongojado el sol veraniego se riega en la raída superficie dorsal aleteada de plumas que se encubren entre sí, embadurnadas.

Mira el ave con el candor estrecho y dibuja una oblicua estría posando una sonrisa de encono; sus ojos denuncian un pacto oculto con la eternidad que le subyuga la existencia. El tiempo oscila apurado, marginando al viento turbio y espiralado quebrado en el espacio infinito que acecha lejano los estragos de su vuelo prosaico. El rumbo se avista en el horizonte de su mirada.

En el aire, refugio infructuoso de densas osadías, descubre infinitos horizontes para su vuelo acompasado; pastoreo elocuente sobre un mar desesperado que deslinda sus colores en la calma vespertina de un cielo pintando el crepúsculo envainado que cuelga del sol. La distancia oculta se abstrae en inquebrantable espera, para dilatarse cuando la tarde anuncia el crepitar. Su solemne mirada despeja las dudas que adormecían los sueños.

Se esparce el lenguaje en el muelle desbaratado bajo el pálpito rugoso de corazones espantados por su propia censura. La mirada inhala el aroma de los pétalos rosados que estiran su color en la inmensidad del espeso horizonte. La culpa ruge en el más débil latido de su mirada.

Quito, 11 de septiembre de 2022

Orlando de la Torre “El Chito” – Post Mortem

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Su piel ceñida con la seda blanquirroja exudaba de manera frenética gruesas gotas de sudor empapando el aire de garra, pundonor y coraje para aleccionar. Esculpió los signos de una Raza cincelando pliegues porosos acordes con su carácter sobre el césped.

Inmerso en el entrañable dorsal azul del equipo de su vida, el Sporting Cristal, exhalaba singular fulgor en cada juego, convirtiéndose en el ídolo que permanecerá, cual prócer inmarcesible, en la memoria de generaciones de aficionados que lo vieron jugar y los que, con el devenir del tiempo, escucharán de él.

Técnica y temperamento, pundonor y espíritu, garra y liderazgo, emblema flameante de corazón perseverante e intenso, latiendo encendido, crujiendo rugiente como el león que va siempre al frente. Verbos y adjetivos escasean al contemplar en la memoria el horizonte atisbado de colores diáfanos que reflejan la omnipresencia llena de prestancia y arrojo en “la defensa es colosal”.

Don Orlando de la Torre, “El Chito”, desbordando personalidad, tesón y presencia incólume. Defensa central de proverbial garra y mucha clase, mucha. Dueño de una fuerza pródiga en afán colectivo. Sacrificio solidario para tejer, desde atrás, el juego de equipo que expone aplomo y calidad en el trajín.

Fiel continuador de la estela marcada por eminentes precursores, solemnes defensores centrales, próceres del fútbol peruano. En el brillo de su sudor encaramado en su seca mirada, se aploman los reflejos de su pasión abanicando jugadas que perduran en la retina. Chito La Torre, el zaguero central que enseñó, anticipándose al fútbol moderno, a transitar y transmitir por el césped la ejemplar sincronía entre esfuerzo y clase, requerimiento imprescindible del fútbol.

La tarde del 31 de agosto de 1969 cuelga en nuestros corazones la epopeya de “La Bombonera”. Gracias caudillo gallardo que con hidalguía y temple vestiste de gloria para resplandecer por siempre esa jornada que nos clasificó al mundial de México. Descansa en paz apreciado “Chito”.

Quito, 1 de septiembre de 2022

Juan Carlos Oblitas “El Ciego”

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El verde pasto del Estadio Nacional de Lima fue el escenario donde impregnó su trote pulcro, fino como el de los caballos de paso peruano. De pose galante y mirada altiva, desplegaba una esbelta figura en la que centelleaba un instinto práctico. Era, él, velocidad, técnica y gol, avistando siempre la portería contraria para activar el pique redoblado y fugaz en el amague largo que llega al área o desplaza el centro preciso. Sus embestidas levantaban el susurro atolondrado de la hinchada.

La línea lateral, aquel polvo de cal, camarada entrañable, delimitaba sus dominios alertándolo como soplido de viento, que debía aquietar su galopante trajín. Consecuente con la costura genética de su naturaleza, su pierna zurda empujaba amigable el balón que rodaba y rodaba por la banda izquierda, como dibujando un grafiti que excita la esperanza de la fiel afición y aglomera sus murmullos ante el inminente gol que asoma en la valla rival.

Juan Carlos Oblitas Saba desde Mollendo, ciudad portuaria y de extensas playas, para el mundo, “El ciego”. 11 puro de instinto guerrero. El fútbol peruano no ha conocido otro puntero izquierdo tan efectivo, tan trascendente en los episodios más entrañables de las épicas hazañas que lo encaramaron en la cúspide del balompié internacional. Titular perdurable e incontestable por más de una década en una posición en la que previamente otros peruanos ilustres habían brillado con luz propia.

Son testigos vigentes de su irreprochable categoría, las aficiones de México, Bélgica y España donde paseo incólume su elegancia y personalidad. El mismísimo Parque de los Príncipes de París registra impasible el legendario gol que con la seda blanquirroja le anotó a la oncena francesa. Nos conmueve el recuerdo del gol de chalaca a la selección chilena en la ruta a la conquista de la copa América 1975. Nos conmueven otros muchos goles determinantes para clasificar a Argentina 78 y España 82. Juan Carlos Oblitas leyenda y emblema del fútbol peruano.

Quito, 22 de julio de 2022