Panamá: El Istmo

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Latitud que tiñe atolondrada zurcidas paletas de colores, para pintar con verdes trazos las espesuras de sabor tropical que pernoctan densas en la insolente atmósfera que arrastra sus sombras. Bandera que se agita estentórea tejida como la Mola que revela el signo explicativo de una historia bordoneada de color. Mujeres y hombres respirando sin fatiga su alegría.

Mar y continente deslizando pesarosos besos en la limpia arena que se escurre. Espuma intensa que al morir salpica intransigente la costa elongada bajo la piel tersa de granos que sucumben a la nimiedad del tiempo. Naturaleza siendo naturaleza al dibujar la arteria estrecha que junta dos océanos que ardorosos la bañan. Panamá.

Istmo extendido que balbucea a través de cadenciosos meandros ríspidos, absorbiendo leve los vaivenes de la presurosa geografía que advierte el despertar de montañas animando miradas que delatan el levante y sosiegan el poniente. Acaricia sus mares la dulce luz de un cielo brilloso que inflamado arde en el reflejo azul que se cuela en cada vértigo que rebalsa la agonía de las horas.

Estrecho perfil meciéndose azaroso entre océanos que lamen por ambos lados el canto rodado de guijos acopiados, renuentes a la vigilia de dos horizontes. Pasmada la tierra en su fragmentado semblante, bate su larga masa, intestino umbilical que une un continente.

Horizontes que vierten luz ardorosa de crepúsculo rosa dorado, abriendo la geometría tangente que desvela, célebre, el emblemático canal que une dos mares, balanceando las prepotentes naves que la surcan presumiendo, encorvadas, frente a la mirada cautiva de aviesos ojos que la contemplan bajo el aire verde que apaña al sol.

Distinguido acento de gentes que al placido llamado de su voz nos percatan del son que transmite su inmortal cantador, don Rubén Blades, cuyos acordes despliegan el poema que vierte el encanto frugal del acervo popular que redime a su histórica ciudad.

Quito, 21 de diciembre de 2022

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