Pedrito Ruiz. Un mago en la cancha

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En el Perú de los 70 y los 80 trotaba pesado, casi denso, en las canchas de la aletargada geografía nacional, un hombre de perfil contenido, insuficiente estatura y físico esmirriado. Su inefable estilo al caminar no despertaba envidia alguna, aparentaba, además, ejercer cualquier oficio digno, pero no precisamente el fútbol.

Pero el césped se erizaba, verde, con su magia de alta gama. El balón rodando dibujaba su trayecto por sí mismo, en el aire giraba y parecía detenerse para ver brillar intensas las nubes ante la algarabía del sol. Así navegaban los balones impulsados por Pedro Ruiz La Rosa, besados por una caricia sublime que le da cadencia para esgrimir el trayecto más exacto.

De la cercana y hospitalaria ciudad de Huaral, donde se cultivan naranjas sin pepa, las más dulces del Perú, salió, generoso, a regalarnos su magia cada fin de semana. En las tribunas flotaban embriagados los aficionados propios y contrarios que atónitos ante la soberbia calidad de su juego, de pie se rendían y aclamaban con fervor su talento.

Pedrito Ruiz alteró el fútbol, se burló inerme de las leyes de la física, con caricias inexplicables que hacían viajar al balón tan de pronto, tan de altura blanda, tan de poesía, control en modo imán, precisión matemática, de perspectiva física. De administrar inercias, potencia, velocidad, aceleración y desaceleración. El tiempo, en suma, quebraba la relatividad. Era magia.

Perseverante en su humilde conducta, el límpido palpitar de sus botines lo cubrió de gloria envestido en la atildada seda de su querido Unión Huaral de siempre. Brillante capitán que a pasos cadentes y atolondrados desplegó el teorema agudo del fútbol mágico: secuencia de estampas sublimes y pundonorosas llenas de estética.

Gracias Pedrito, por inventar el verbo asistir en el fútbol (desmarcando en vértigo a sus delanteros, postrándoles el balón en el punto exacto, deseado), por llenar nuestros corazones de delirio, por llenarlos de fútbol.

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