Madrid, 29 años después

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El vuelo arriba y mi cuerpo se llena de aeropuerto, es la sangre que palpita anunciándome el retorno a una ciudad vivida tiempo atrás. Se repuebla la memoria con imágenes opacas, paulatinas, que han marcado siempre los recuerdos.

De camino a la ciudad, la atmósfera, en modo verano cruel, se arremolina para envolver los paisajes anclados en el pozo en el que se inundan los colores y sus sombras. Me nutro de solaz esparcimiento con personas que regocijan mi primera tarde en Madrid, 29 años después.

En la histórica Madrid, de la mano con mi hermano y los sobrinos atravesamos el denso verano boreal que, en el centro de la ciudad, agresivo guia nuestros pasos que abstraídos pulen las losas de la vieja capital Ibérica.

El desbocado calor, áspero, enciende la mañana, abraza el mediodía y raspa nuestra sed, arrobando los monumentales edificios desplegados en las emblemáticas calles dispersas en colores que brillan sin desmentir nuestro sueño. Sueño que se hace real.

He regresado Madrid, 29 años después. Cuando se acomoda la noche, opaca, clara, se riega de nuevo generoso el amor de mis hermanas, me cobija la vibrante emoción de estar en familia que ampara, porque tiene sembrada en el alma la emoción que ahoga el tiempo y dilata la distancia.

El tiempo y su vitalidad se arremanga en mis recuerdos, ya no eres, Madrid, la villa que mis pasos pastorearon, cuando afanoso me esparcí por tus aceras unos lustros antes. Me bato en la intensidad de un retorno imprevisible, necesario, mientras el instinto cuece emociones que rebotan elongadas.

Te debo, entonces, Madrid, el pretexto que me prestas para estar ahí, allende, dispersando el cuerpo, mordiendo la distancia y apresando el tiempo que no quiebra, jamás, la álgida avidez de juntar lo que perdurará en las luces de la perpetuidad. Hasta la vista, Madrid.

San Salvador, 7 de julio de 2023

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