José “El Patrón” Velázquez

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Deshojando el oxígeno que flotante auspicia sus pulmones, vierte desde su inmensidad un aire que atrapa los vacíos incrustados en la atmósfera. Es espeso el viento que se agita al verlo pasar. En el campo, la grama advierte el trote largo y armonioso de un ganador total, su cabalgata en ritmo señorial, de cerviz siempre levantada, es la sepa pura puesta en favor del fútbol.

Su coraje se expande por todo el campo incontenible como espuma excitada. Su técnica tan elocuente como el canto de un coro eclesial, despierta el murmullo atolondrado que cae desde las tribunas, afición que refrenda, admirada, la prestancia y rigor de su juego, con balón, y sin él. La velocidad de su mente impera en la zona central desde donde lo controla y domina todo. Fútbol moderno. Garbo y portento.

Es alto como un lanzón de carne esculpida que galopa a trancos cadenciosos denotando en su voz el perfil de gladiador que cubre su fuerte y pundonorosa anatomía. José Velázquez Castillo, de Cañete, caudillo por antonomasia. Volante central de todo el campo, proverbial al defender y talentoso al atacar. Es majestuosa su visión panorámica para entender el juego mejor que todos.

Épicas hazañas luciendo la blanquirroja, lo encumbran en el estelar entarimado reservado a nuestras glorias. 23 de agosto, estadio Centenario, tarde nublada en Montevideo, 1981, con prestancia, Velázquez, mueve al equipo nacional. Fútbol panorámico bordando, desde su propio campo, las paredes más apoteósicas de la historia de nuestro futbol.

Se despliega por completo, arrastra tras él a todo el equipo rival. Ha transitado pletórico hasta el área contraria, devorándolo todo, antes de servir el último pase a J.C. Uribe, su colega, quien anida el balón en la red. La emoción es interminable nos traspasa, España espera a Perú. Es el Patrón del Centenario para el resto de la eternidad.  

San Salvador, 2 de marzo de 2023

Julio César Uribe “El diamante”

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El color opaco de la atmosfera invernal limeña distrae la tarde modosa que esparce su propia humedad en el coloso de “José Diaz”. En el césped un futbolista de juvenil anatomía rematada en un cabello de riso encomiable estira su cuerpo dribleándolo todo, sometido a la voluntad de sus instintos. Se desliza veloz, escurriendo el balón con atildados amagues que se pronuncian extendidos a lo largo de su cuerpo entonado en ébano.

El verde pasto, enmarcado en polvo cal, cobija la fiesta que pervive en el aire insuflado de candor, ritmo, serenidad, sosiego, algarabía y sabor. Tarde enaltecida por el fútbol de luz y brillo que acrecienta su figura emergida con los signos del rigor físico, cómplice sempiterno del balón que rodará bajo la égida de su sonrisa y su rebelde elocuencia en su lucha pertinaz para allanar el camino hacia sus sueños. De los sueños no se abdica ni despierto, jamás.

Con la seda de su selección nacional transmite gozo a la afición, es puro arte que adhiere al futbol picardía y elegancia, regate depurado de quimboso aroma a calle. Se encarama más allá de las fronteras: Italia, México y Colombia gozan y admiran para siempre del enarbolado desdén de su mirada esmaltada, brillando encendida en el largo camino a ser leyenda del fútbol peruano y grande de América.

Julio César Uribe Flores, el diamante de ébano. El 10, interior puro que inspira. Inspirador. Pantera estilizada de garras indómitas que, brincando los asfaltos rajados, desde Barbones, su barrio, llegó al Rímac, al otro lado del río, el candente distrito que cobija al club Sporting Cristal, que lo adopta desde su infancia llena de rigor y seriedad para enaltecer su pasión, el fútbol. Luego, la historia biográfica del fútbol peruano refrendará entre sus páginas más descollantes su intrínseca valía.

Quito, 2 de marzo de 2023

Juan Carlos Oblitas “El Ciego”

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El verde pasto del Estadio Nacional de Lima fue el escenario donde impregnó su trote pulcro, fino como el de los caballos de paso peruano. De pose galante y mirada altiva, desplegaba una esbelta figura en la que centelleaba un instinto práctico. Era, él, velocidad, técnica y gol, avistando siempre la portería contraria para activar el pique redoblado y fugaz en el amague largo que llega al área o desplaza el centro preciso. Sus embestidas levantaban el susurro atolondrado de la hinchada.

La línea lateral, aquel polvo de cal, camarada entrañable, delimitaba sus dominios alertándolo como soplido de viento, que debía aquietar su galopante trajín. Consecuente con la costura genética de su naturaleza, su pierna zurda empujaba amigable el balón que rodaba y rodaba por la banda izquierda, como dibujando un grafiti que excita la esperanza de la fiel afición y aglomera sus murmullos ante el inminente gol que asoma en la valla rival.

Juan Carlos Oblitas Saba desde Mollendo, ciudad portuaria y de extensas playas, para el mundo, “El ciego”. 11 puro de instinto guerrero. El fútbol peruano no ha conocido otro puntero izquierdo tan efectivo, tan trascendente en los episodios más entrañables de las épicas hazañas que lo encaramaron en la cúspide del balompié internacional. Titular perdurable e incontestable por más de una década en una posición en la que previamente otros peruanos ilustres habían brillado con luz propia.

Son testigos vigentes de su irreprochable categoría, las aficiones de México, Bélgica y España donde paseo incólume su elegancia y personalidad. El mismísimo Parque de los Príncipes de París registra impasible el legendario gol que con la seda blanquirroja le anotó a la oncena francesa. Nos conmueve el recuerdo del gol de chalaca a la selección chilena en la ruta a la conquista de la copa América 1975. Nos conmueven otros muchos goles determinantes para clasificar a Argentina 78 y España 82. Juan Carlos Oblitas leyenda y emblema del fútbol peruano.

Quito, 22 de julio de 2022

Roberto Chale Olarte: “El niño terrible”

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Su andar pausado pero constante, de pasos tajantes, recorrió los gramados esparcidos por la desmesurada geografía nacional y la esfera mundial. Su futbol fino y efectivo, de acento pícaro y toque preciso, con el garbo del vals bailado en salones de alcurnia, reflejaba un semblante pálido amparando la mirada que descubre a un niño afanado en divertirse.

Su fina irreverencia lo hizo diferente, necesario, imprescindible. Un temperamento ahumado en las calles de la histórica y afamada circunscripción de Barrios Altos, y redondeado en los sudores húmedos costaneros de las calles de Magdalena del Mar, lo adueñó de la combinación perfecta: valor estridente y futbol cerebral, mixtura nunca suficiente en el balompié peruano.

Su rendimiento asentado en atrevida bravura y finta atildada, lo distinguió de los demás. La docilidad con el balón, elevada a categoría doctrinal en el fútbol peruano, prescindía, a menudo, del orgullo que requiere la competencia, pero, él instaló la alegría rebelde que hace florecer blasfemias herejes en los templos más sagrados. La Bombonera, en el bonaerense barrio de La Boca, dará fe por siempre de la sublime herejía de un mediocampista ataviado con sus colores patrios. Blanquirrojo.

Roberto Chale: “El niño terrible”, garbo y figura, trote justo, pasé extendido y exacto, humor y simpatía desplegando encanto, amotinando el juego para devolverle a la afición rendimiento, coraje y deleite para su sosiego. Nos legó acuarelas bronceadas, tatuadas, ya, en la memoria perpetua de los aficionados cuyo gozo agranda episodios legendarios. 

Roberto Challe, avivando los colores impostados en su propia ley, se despliega como icono, leyenda viva que revive el entusiasmo de la afición que lo recordará en la fruición de sus ojos, atisbando su solemne trajinar bajo el ondulado mechón rubicundo de cabello ceñido que acaecía en su frente como signo de coraje y pundonor, del futbol como un juego para un pueblo acongojado en la memoria.

Quito, 17 de enero de 2022