Suspiros en el aire

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Tus suspiros son de aire y van al aire (Becquer), los envuelve en gotas, por separado, cada lágrima viva esgrimida desde el atiborrado rubor de tu conciencia; es el desdén precavido de tu alma escarchada en partículas de grave masa. Suspiros meciéndose avispados en un flujo ligero sobre tu rostro que atisba los ardores del verano incipiente. Piel caliente de nervaduras agrietadas tropezando en pasmosos meandros.

Suspiros rociando el aire bajo el resplandor brillante de formas que colisionan y moldean el tiempo en su insulso perdón. Tu rostro se conmueve tembloroso pero plácido desde el sabor tupido de sentimientos heridos que se resignan a la oración atolondrada, cuyo grito surcado de estrías espeta el sudor amargo que se esparce como fría angustia del peor color para adormecer tu voluntad. Es el cielo que truena desbocado.

Suspiros arremolinándose en densos pliegues se aturden bajo luces inertes que avasallan el verde confort de los aposentos del destino en los que pernoctan tus sueños. Suspiros invisibles evanesciéndose con cada pálpito del corazón, disolviendo aromas rubricados con el polvo emanado por tu sutil respiración. La discordia efímera se diluye en la vergüenza y el desprecio del canto inspirado en el latido ahogado de tus pensamientos.

Es el mar inundado de llanto rebalsado en las olas que embisten la verdad adormecida en la arena regada por la costa. Suspiros en colisión apelmazados en la oscuridad suntuosa de besos atrofiados por el escándalo; sensibilidad dispersa en las melodías que disponen los acordes. Perfume que empalaga el aire desollando la respiración fragmentada de tus sentidos que se inflan de desprecio.

Nido eterno sostenido por la cúpula de aristas pulidas en su propio equilibrio, es el suspiro que refleja nuestras noches. Suspiro huracanado estallando burbujas de viento que se pierden en el aliento desesperado del ave que emerge sudorosa en todos nuestros mares.

Quito, 23 de febrero de 2023

La Fiebre

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En la hora de la calamidad añoré tu olor, la penumbra ofuscó mi semblante, abrumando el aire oscuro en mi mirada obtusa que de sudor latía. He padecido una noche amarga sin tenerte cerca, indolente reinaba la fiebre intentando alcanzar la cúspide del dolor que adormecía mi atónita agonía.

Se han regado los sudores humedeciendo la estriada piel que tú conoces porque, en fin, le diste vida; espasmos agotados han brotado intensos en el fragor de calores que adormecen los colores y socavan los sabores de un paladar atrofiado por los verbos encendidos en la fiebre mercurial.

Redimida la energía en el ocaso de mi cuerpo, la fiebre enviste atareada, aleteando sin pausa todos los confines de una anatomía turbada, que no resiste ni los recuerdos, ahora distantes por tu ausencia que ha callado en la noche, como un amor extraño que no perdona la distancia.

Todo es vacío, un letargo animoso acaba la calamidad que amilana la luz, silueteando sobre mi cuerpo, como el abrazo de una ola de mar que arrastra la memoria por los linderos espinosos del olvido. Suspira el sufrimiento amorfo que me atraviesa punzante en esta la hora amarga del dolor.

En el cielo está clavada la luna, ardiente también, anuncia el declive de ésta masa corporal y reclama el tibio frío, para emplazar el sosiego de los ojos ásperos que claman tu presencia en la nube acongojada de lágrimas secas por el inclemente calor de la siempre aciaga fiebre.

Que se encienda la luz, en plegaria, hasta el regreso de tu cuerpo, para entibiarme el alma cristalina que ha sufrido el peso de una noche impaciente, demoliendo con su vuelo rasante, el rocío que envolvió mi cuerpo en las tinieblas anunciadas en mi sangre bajo el intenso calor que nos carcome. ¡Oh La Fiebre!