Alberto Gallardo, el Jet

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Con trancos alargados y cadencia galopante, fluye veloz su esbelta envergadura; un brillo urgente se imprime en su fugaz mirada, alertando -quien avisa no es traidor- que va a activar el modo turbo para estallar la jugada vertiginosa. En el verduzco gramado podado, bulliciosas fricciones conmueven el ritmo de la sombra que rebota al paso de un rayo cuya luz recorre la banda izquierda del rectángulo encerrado por pegajoso polvo de cal.

Chispean aún las partículas blancas que levanta su inminente galopar. Cada zancada empedernida induce en la afición el murmullo recurrente de tonos sibilantes deslizándose de las tribunas, para acicalar a la gacela que como tromba fornida asoma insistente por el flanco izquierdo encendiendo el tiempo que atolondrado explota al infinito, va a evadir defensores en su camino hasta alcanzar la posición flotante que autoriza el remate final a las redes, destino premeditado que vibrando se inflama con la irreverente contundencia del golpe. El gol. Y el aire adyacente se sumerge en la embriaguez del balón que se mueve eterno. Alberto Gallardo, el Jet, desde los campos prematuros del valle de Chincha. Ica. Perú.

El barrio virreinal del Rímac lo adopta temprano vistiéndole de un azul eterno. Su despliegue físico abundante y generoso se esparce en los campos de Italia, de Brasil, aficiones que gozan con su esmero y rotunda prestancia. En la selección nacional dignifica el fútbol con su esfuerzo y constancia. Es junio de 1970 en México y, el Jet, empapando de enjundia la seda blanquirroja, reconforta a la nación entera estampando en sus retinas, las imágenes que eternamente avivarán la memoria: dos antológicos goles impregnados con su auténtica firma, la del trazo inobjetable devorando el aire que le sale al paso. Ser humano de inmarcesible altura y conducta apacible que practica el fútbol y lo dignifica como profesión. Don Félix Alberto Gallardo Mendoza. El Jet.

San Pedro Sula, 19 de marzo de 2022

De Colores

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De mi bandera son los colores, ¡bandera!, ¡bandera! Del límpido cielo que dormitando nos mira a través de níveas nubes candorosas es también el color. Las flores que cantan agudas son labios de colores. Las aves trinan todos los colores rosados. Los colores son los cerros cuando gritan desde la pendiente estrecha. El ancho mar en su pelaje expira colores. Es tu rostro cuando asoma a la ventana el color que se empina.

Del calor sediento y del templado frío, del ardor serrano y del fogoso verano son los colores. Color del aire que gotea pálido de noche, del agua al traspasar tus sueños. De las lágrimas y el dolor, de tu risa enquistada y tus encantos, del árbol que deshoja escarabajos, de su tallo margarita, del mundo apretado en un planeta, de todas las paletas, los telones, los fondos oscuros, las ventanas, puertas y paredes, del pincel que se eriza, son los colores.

De tus labios carnosos cuando besan, de tus dientes que brillan cuando muerden la caricia, de tus ojos que relamen con su brillo, de la casa cuando nos cobija, de la lluvia en el viento, de tu bello cabello y del vidrio cuando encuentra su luz, son los colores.

Del pelaje espantado del animal, del tren que bosteza al pasar, del amor cuando explota en el trueno, del relámpago que apaga nuestro miedo con su luz, de la vida y sus demonios albinos, de la zafra cuando endulza tu sudor, de la arena regada en el desierto que se ahoga, son los colores.

De la música cuando relumbra, llora y vibra en indómitos acordes, del poema que en el verbo sostiene y lacera el alma a puro abrazo, de la suerte que, aclamada por las sombras, abriga sonrojada los colores, de los deseos que se destiñen bajo el ardor de su melódica mirada, son los colores.

PauP May 2015

Editado el 21 de octubre de 2023 en San Salvador