Segovia

Estándar

El sol espeso nos endilga en brillantes ráfagas los azotes más calientes del verano; el tiempo resume en acalorados pálpitos la reseña vigente de una ciudad agitada desde la lontananza de su historia. Nuestros cuerpos transitan los confines estrechos, aparcados entre predios entallados que erigidos avanzan sobre cada quiebre del sendero, estrujando las sombras poliformes, acostadas descalzas, alfombrando los portones.

Cada tramo que despejan nuestros pasos despliega historia, es Castilla y León. Se enmienda en modo retroactivo la visita postergada pero imprescindible. ¡Oh, histórica Segovia! La geometría arbitraria delinea la ruta, dispone un glosario de perspectivas cerradas y con prudentes arcos de media punta nos previene en sus mesuradas calles, que acá estuvo Roma desmesurada y prepotente.

Resabiadas, las estrías del asfalto atizan el vértigo asombrado en cada paso. La sed flota desparramada entrecejos, el calor deforma nuestros verbos, pero engalana en clave aritmética el dominio de los muros y el esplendor que El Alcázar le imprime a la urbe, desdeñando altivo las quebradas que circundan su monumental arquitectura. Las puertas se engalanan, los negocios apurados despliegan su energía para dar fe de la emblemática nomenclatura de los monumentos.

El aire impregnado de signos suspende la historia, es Segovia. Asoma la plazoleta y una estructura gigante nos hunde en espasmo embriagado, es el Acueducto Romano, grave y esbelto, ingeniería de todos los siglos que se antepone indivisible. Segovia ciudad efervescente a la que la ingeniería romana le ha legado siglos que arrastran colores. Acueducto de Segovia imperecedero.

El aire se desenvuelve armonioso entre espacios y monumentos en los que pernoctan los días del tiempo en la más estricta levedad. Los presagios del monumento esbelto no dan tregua a la historia paciente, que en su más sincera liviandad domina la razón, para perforar con las miradas el valor de la ciudad a la que el tiempo le asigna merecida gloria.

San Salvador, 23 de julio de 2023

El candor crepuscular de mi mascota

Estándar

La cadencia de sus pasos se aglomera en la tarde adyacente, divaga exhausto su cuerpo bajo el peso de su aturdida candidez. La espesa sombra de su andar corrobora su solemne timidez, apenas disimulada por el aleteo pendular que sacude, desbocado, el apéndice esmirriado de singular sutileza, incesante blandes de musculo calloso e insigne trepidar.

La alegría inmune, a pesar del dentado filo de sus colmillos, se estira con los colores del crepúsculo. La tarde se pinta rígida, moliendo el viento con crujientes aires de aliento pertinaz. Cada paso aletargado, porta el presagio de la noche inminente, de secas semillas embutidas en nostalgias vivas que improvisan el sosiego y aceleran los latidos de un compungido corazón.

El candor tejiendo exactas formas gime armónico en sus pasos, despierta, abrupto, el intenso palpito que fluye entibiando la sangre. La quietud burla la brisa. Olfatos perturbados instigando el aroma denso del jacinto acumulado en la tupida arbolada que prescinde de geometrías inexorables. Se presienten improvisados afectos que explotarán inminentes en polvo de calor, en cuerpo besando la caída de la noche.

La gris atmósfera vislumbra el reflejo insípido de la noche oscura; anclado en los mantos pesados de un rictus coloreado, el celo de la luz mayor nos arrea improvisados; niños serenos paladeando inconformes el irritado silencio de su soledad, entregados a su cuerpo ahogado, que volverá asiduo al siguiente atardecer de melancolía blanda. Afectos que pernoctan en la vigente palidez de la luna.

Su liviana anatomía, aglutinando cúmulos de algarabía lubricada en el denso estertor de su lengua, prescinde de esfuerzo, gobernada por el olfato que sucumbe ante el rigor de la emoción desvergonzada, presumiendo de memoria. El afectuoso juicio del recuerdo, no repara en carnes ni dolores, se escurre rústico de encantos para mecerse en la versión de amor que lo precede.

San Pedro Sula, 7 de enero de 2022