En Ciudad de México

Estándar

Es un mediodía disipado de agosto. Desplazamos nuestros cuerpos a través del aire estelar que redunda en la mañana que abraza las céntricas calles de la ciudad. Se aglomera sonoro, como el remolino que lo envuelve todo, el acento chilango arrebolado de frases que cautivan. Líneas, masas, volúmenes de historia se levantan solemnes y se mecen incrustándose, como seda en piel, en el brillo perenne de siglos que cantan la historia.

En la laguna que le confina y agita, la gente flota, los edificios flotan, flotan los sentidos bajo una luz que oscila entre cielo y tierra, absorbiendo los colores esparcidos en el espejo humano que flagrante refleja el tránsito aglomerado de gente portando, con el vigor de una tempestad, el enhiesto estandarte de la múltiple culturalidad que atavía la ciudad. El camino hacia El Zócalo, transitando por Madero, enerva la emoción que se encrespa como mar en verano. La catedral nos examina.

Desde el parque Juárez, el Palacio de Bellas Artes acapara nuestra vista prendiendo, al ritmo de su brillante perspectiva, vigentes formas que elevan la geometría bajo la algarabía presuntuosa que florece y, al mismo tiempo, humilla los adjetivos. Sucesivos monumentos arquitectónicos distraen toda la atención. El edificio de correos, el Palacio de minería. 5 de mayo nos impulsa hacia Garibaldi y sus mariachis. La Reforma nos lleva a Chapultepec y su castillo, su bosque, sus museos. Navegamos en Xochimilco.

Ciudad de México es el sabor en chile acrisolado de fuego palpitando en la lengua. Es Frida, es Diego, es Vasconcelos, Paz, Fuentes, incluso Villa, son todos, somos todos. Es la verdad escondida en cada muro que pernocta en las lóbregas estrías de la historia. Es el inmenso alborozo que prevalece en Chapultepec. Es la tradición llena de señas marcadas en el tiempo detenido, en la textura artesonada que denota el altisonante soneto del canto épico. Es el resumen atolondrado del tiempo al repasar los siglos, Ciudad de México.

Quito, 20 de septiembre de 2023