La Flor

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La orbita de su mirada esparce delgadas certezas, se encienden sus pupilas, empañadas, describiendo en su giro el dócil fragor de los sentimientos que encarna. Las aristas de color suntuoso brillan en el ocaso de la tarde, caen los pétalos amargos en la vespertina agonía que agota el sabor de la clorofila. Se pigmenta adrede la tersa piel y se extravían los versos en la vorágine que aglomera la feria de colores que sosiega a la flor del jardín.

Colores agitados despliegan el olor del pecado que sus ojos abortan con desdén apretando los sentidos. Son recuerdos, sueños. Es presente, pasado. Es el futuro meciéndose continuo a través del azar de la palabra que no disimula su fervor, que se expande y explota en la corona dorada de la flor de abanico espeso, dilatado cóncavo. Es la flor. Perfume dilatado que se extingue en el calor que capitula ante los demonios que acechan.

La flor riega con su viscoso sudor el arrebolado corazón, se sumerge en la breve anatomía cuya nítida forma da amplitud al reflejo espeso de la luna. La flor simula el deseo expandido y resplandece. Se eslabonan luces en la mirada agotada que exprime escuálidos recuerdos que se juntan como espasmos vivos, agrietados en la soledad de la memoria por la que transitan los aromas nobles de las hojas agrietadas por el recuerdo.

La flor vierte en la sangre ahumada punzantes pellizcos, se aflige el vestido de seda que aprieta las cálidas caderas de la noche. El tallo se estira recto para azotar los contornos de su geografía humana desparramada impávida a través de estrías infinitas, guías del rencor adusto del destino. Va a sucumbir en los recodos del jardín la vasta tierra que dirime espacios y constriñe el luto de la flor de triste sonrisa que al morir lastima el beso final.

Quito, 15 de mayo de 2024

San Salvador y su cielo cúrcuma

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El crepúsculo rojizo casi cúrcuma de la paciente tarde desnuda la algarabía de mis pasos, se esparcen mis sentidos en el arbolado camino que me devuelve a casa. Densas nubes reflejan la palidez de su blanda envoltura, atravesando las estancadas sombras urbanas que devuelven al cielo la altivez que lo honra. Agudas formas proyectan la geometría de esta ciudad, que amaré siempre, son volúmenes espontáneos en irreverente desorden. San Salvador.

El ocaso del sol trastabilla en su resplandor con el candor que arrastra mi mente. Se agitan los recuerdos de mi tiempo trajinando calles y parques, hurgando en su historia y rascando en su literatura. En modo transeúnte que encuentra en cada esquina el horizonte, he descubierto el enigma: El frondoso despliegue de virtudes disperso en tu acalorado aroma, tiene nombre: El Salvador. Tu mar que alienta, tus volcanes solemnes, tus lagos, la tierra que late. Es todo tesoro ceñido en la pequeña geografía que te ampara.

Acariciado por el ardor que con desparpajo se mese en la atmósfera aireada de vivos colores, fogosos calores y aromas sosegados en proporciones tropicales, he dicho: !!Chivo!!! Y bajo el resonar sustantivo de las lluvias he persistido con el elocuente sabor de las pupusas, cuya palmatoria fabricación me sugiere la armonía de un coro que palpita con el ferviente aleteo de aves arrastrando el espíritu que aviva en la conciencia de tus gentiles moradores.

Se demarcan nuestros destinos trascendiendo las difusas líneas que presume la distancia, la apacible inmaterialidad de tu generosa hospitalidad avivará el coraje en la vertiginosa aglomeración de sonrisas suaves y miradas de amable transparencia. ¡Gracias, El Salvador! Flameará en mi memoria, por siempre, el pomposo latir de seres plausibles que despliegan signos vivos de fuego en la esperanza que hace vibrar como seda suave la palabra en la nostalgia. El cielo me recordará eternamente tus atardeceres y amaneceres cúrcuma.

San Salvador, 18 de febrero de 2024

De Colores

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De mi bandera son los colores, ¡bandera!, ¡bandera! Del límpido cielo que dormitando nos mira a través de níveas nubes candorosas es también el color. Las flores que cantan agudas son labios de colores. Las aves trinan todos los colores rosados. Los colores son los cerros cuando gritan desde la pendiente estrecha. El ancho mar en su pelaje expira colores. Es tu rostro cuando asoma a la ventana el color que se empina.

Del calor sediento y del templado frío, del ardor serrano y del fogoso verano son los colores. Color del aire que gotea pálido de noche, del agua al traspasar tus sueños. De las lágrimas y el dolor, de tu risa enquistada y tus encantos, del árbol que deshoja escarabajos, de su tallo margarita, del mundo apretado en un planeta, de todas las paletas, los telones, los fondos oscuros, las ventanas, puertas y paredes, del pincel que se eriza, son los colores.

De tus labios carnosos cuando besan, de tus dientes que brillan cuando muerden la caricia, de tus ojos que relamen con su brillo, de la casa cuando nos cobija, de la lluvia en el viento, de tu bello cabello y del vidrio cuando encuentra su luz, son los colores.

Del pelaje espantado del animal, del tren que bosteza al pasar, del amor cuando explota en el trueno, del relámpago que apaga nuestro miedo con su luz, de la vida y sus demonios albinos, de la zafra cuando endulza tu sudor, de la arena regada en el desierto que se ahoga, son los colores.

De la música cuando relumbra, llora y vibra en indómitos acordes, del poema que en el verbo sostiene y lacera el alma a puro abrazo, de la suerte que, aclamada por las sombras, abriga sonrojada los colores, de los deseos que se destiñen bajo el ardor de su melódica mirada, son los colores.

PauP May 2015

Editado el 21 de octubre de 2023 en San Salvador

Fuego en la piel

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El color del fuego se contrae bajo la brisa que incesante se estira en el aire. La estridente voz de tu sonrisa contrae la piel que arde en flor, para abrazar las miradas entumecidas por la pálida espiga que hace chispa con afán dilatorio. El fogoso sonido de metal, en adusta complexión de clavija, aprieta cada poro resignado y ambiguo porque debe acarrear el flujo irreverente de la inocua transpiración que se debate somnolienta en el caliente rubor de todas las miradas.

El verbo candente se desliza dilatado en el furgón erguido que transita caluroso por la casualidad elíptica que lo enfrenta al ardor de las llamas sublimes. Danzan como ninfas errantes los sueños virgos, para despertar desesperados tras la ígnea llama que inflamada reverbera insuficiente, pero clamando blanda por los paraísos que esconden los escombros graneados y congelan en escarcha pensamientos y desaires. El desaliento activa los sentidos.

Del amarillo que flamea en azul, florecen supremas ascuas ardorosas e iracundas que ingenuas se ahogan en el regazo transparente y adormecido que afloja las estrías del tiempo, ese infiel invento que nos mide segundo a segundo, en ese afán irreverente de desgranar los azarosos minutos que alteran la aritmética que gobierna la razón perenne. Quemar quisiéramos la herida que supura el dolor del alma flagelada por los dientes del fogoso ardor involuntario.

Dolor que arde y entibia la costra viva donde tu voz se grabó como el tatuaje verde azulino de minúsculos e indelebles trazos que consumen la piel, redimiendo su dolor ante las ignotas brasas de la ira promiscua, estirada por el humo al pervivir en el tiempo, vibrante y destilado para alardear estrepitoso su fina estampa. Impura e incombustible presencia ahoga la pasión en el nublado fragor de la llama altanera que acaricia. Solamente, cenizas han quedado…

Reescrito en San Pedro Sula el 11 de octubre de 2023

Mi Mamá. In memoriam

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Desde el blando algodón que cobija tu espíritu, me miras eterna. En la transparente y reposada gota que recoge tu lágrima oculta se posa toda la luz suave que enciende el brillo en el que flota tu cálido amor.

En el dorso de tu voz se elevan altas las notas frugales que aladas vuelan y me envisten, es la flor del jacinto derramando su aroma sobre la marea ondulante, para batir la arena esmaltada que se esparce granulada en tu sol.

Serena, en la distancia, me abrazas tierna, disolviendo los colores sosegados que se alinean puros, bajo el atardecer soleado que se abstrae del tiempo en la pálida languidez del cielo. Es el paisaje del límpido suelo donde tus ojos fulguraron por primera vez.

En la cresta de mis sueños me rasga tu voz aguda y asoma tu olor que crispa mi memoria. Me despliego intenso buscando tu indulgencia. Presumo en vanidad del rigor imperativo de tus consignas que prevalecen para seguir en el transito ecuánime por la vida. Es tu canto melodioso de valor sonoro. Vital.

Despierto en tu regazo, ceñido a tus rodillas, siento el inmenso gozo de tu afecto. Son tus manos tersas que al untar su fragancia en mi cuerpo pernoctan dóciles. Caricia de madre delineando el rostro resplandeciente del amanecer pardo silente que nos devuelve la mañana.

El calor de la infancia asoma en mi memoria para revivirte plena en la dulce alegría que cada mañana adorna tus labios. Te encuentro en el suave signo de la emoción que se me atraganta con el canto contagioso de los afectos persistentes. Te miro y mis ojos se tiñen de melancolía, te reviven a mi lado día tras día, es la cálida sangre ahogada en los vacíos que llenas complaciente. Eres la madre eterna que pervive en la memoria de mi corazón: Olga Ramirez Estrada In Memoriam.

San Salvador, 8 de abril de 2023

Suspiros en el aire

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Tus suspiros son de aire y van al aire (Becquer), los envuelve en gotas, por separado, cada lágrima viva esgrimida desde el atiborrado rubor de tu conciencia; es el desdén precavido de tu alma escarchada en partículas de grave masa. Suspiros meciéndose avispados en un flujo ligero sobre tu rostro que atisba los ardores del verano incipiente. Piel caliente de nervaduras agrietadas tropezando en pasmosos meandros.

Suspiros rociando el aire bajo el resplandor brillante de formas que colisionan y moldean el tiempo en su insulso perdón. Tu rostro se conmueve tembloroso pero plácido desde el sabor tupido de sentimientos heridos que se resignan a la oración atolondrada, cuyo grito surcado de estrías espeta el sudor amargo que se esparce como fría angustia del peor color para adormecer tu voluntad. Es el cielo que truena desbocado.

Suspiros arremolinándose en densos pliegues se aturden bajo luces inertes que avasallan el verde confort de los aposentos del destino en los que pernoctan tus sueños. Suspiros invisibles evanesciéndose con cada pálpito del corazón, disolviendo aromas rubricados con el polvo emanado por tu sutil respiración. La discordia efímera se diluye en la vergüenza y el desprecio del canto inspirado en el latido ahogado de tus pensamientos.

Es el mar inundado de llanto rebalsado en las olas que embisten la verdad adormecida en la arena regada por la costa. Suspiros en colisión apelmazados en la oscuridad suntuosa de besos atrofiados por el escándalo; sensibilidad dispersa en las melodías que disponen los acordes. Perfume que empalaga el aire desollando la respiración fragmentada de tus sentidos que se inflan de desprecio.

Nido eterno sostenido por la cúpula de aristas pulidas en su propio equilibrio, es el suspiro que refleja nuestras noches. Suspiro huracanado estallando burbujas de viento que se pierden en el aliento desesperado del ave que emerge sudorosa en todos nuestros mares.

Quito, 23 de febrero de 2023

Panamá: El Istmo

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Latitud que tiñe atolondrada zurcidas paletas de colores, para pintar con verdes trazos las espesuras de sabor tropical que pernoctan densas en la insolente atmósfera que arrastra sus sombras. Bandera que se agita estentórea tejida como la Mola que revela el signo explicativo de una historia bordoneada de color. Mujeres y hombres respirando sin fatiga su alegría.

Mar y continente deslizando pesarosos besos en la limpia arena que se escurre. Espuma intensa que al morir salpica intransigente la costa elongada bajo la piel tersa de granos que sucumben a la nimiedad del tiempo. Naturaleza siendo naturaleza al dibujar la arteria estrecha que junta dos océanos que ardorosos la bañan. Panamá.

Istmo extendido que balbucea a través de cadenciosos meandros ríspidos, absorbiendo leve los vaivenes de la presurosa geografía que advierte el despertar de montañas animando miradas que delatan el levante y sosiegan el poniente. Acaricia sus mares la dulce luz de un cielo brilloso que inflamado arde en el reflejo azul que se cuela en cada vértigo que rebalsa la agonía de las horas.

Estrecho perfil meciéndose azaroso entre océanos que lamen por ambos lados el canto rodado de guijos acopiados, renuentes a la vigilia de dos horizontes. Pasmada la tierra en su fragmentado semblante, bate su larga masa, intestino umbilical que une un continente.

Horizontes que vierten luz ardorosa de crepúsculo rosa dorado, abriendo la geometría tangente que desvela, célebre, el emblemático canal que une dos mares, balanceando las prepotentes naves que la surcan presumiendo, encorvadas, frente a la mirada cautiva de aviesos ojos que la contemplan bajo el aire verde que apaña al sol.

Distinguido acento de gentes que al placido llamado de su voz nos percatan del son que transmite su inmortal cantador, don Rubén Blades, cuyos acordes despliegan el poema que vierte el encanto frugal del acervo popular que redime a su histórica ciudad.

Quito, 21 de diciembre de 2022

Los Ceibos serenos de Manabí

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El tono verdoso del cutis que te envuelve, como espuma almidonada en siglos de sol acaecidos al amparo de tus sombras dispersas, desborda la atmosfera agobiante, hincándola con tallos que coronan la gruesa y solemne estatura que configura tu carácter. ¡Oh, ceibo sereno!

Desparramados en distinguida armonía, drenan el cielo apacible los incólumes tallos elevados para tejer, en punto roma, el aire apaciguado que late en espera lamiendo el espacio acostado en el bosque. Son secos meandros que inagotables y excéntricos arengan al tiempo.

Solemne en tu color, ceibo sereno, te desplazas por la carretera empujando infatigable el horizonte adusto que conduce al cielo, cielo que resume tus encantos. Tu trajín rodea de abrazos el monte y junta lapidarios versos en seda tenue, resbalando el alma ausente bajo la caricia delicada que compromete todos los sentidos.

El vigor de la tierra transparenta el sabor de tus raíces retenidas por la acuosa envestida de la senil naturaleza. Tiempos asentados en laderas intensas afloran las décadas de esplendor que la biósfera te atribuye. Sortilegio de vida que se evapora como agua acumulada en venas que infringen tus centurias.

El bosque te sumerge, ceibo, en la estación de paso, para enumerar tus latidos que enmiendan las escenas perdidas en el lacónico paraíso que se acongoja en los márgenes de la carretera, frente a tus ramas encubiertas por la estación que al humedecer tus hojas graba tu destino.

Amodorrados vientos drenan aire en los remilgos de las flores de abundante púrpura, de decoro aterciopelado y de pétalos blancos añorando el rosado. Las estaciones te florecen cuando no te desnudan, pero tu flamígera figura enarbola la luz que adulara siempre a la eternidad.

Tus besos prematuros de blanca madera me avivan cuando, tímido e incrédulo, te observo desde las carreteras ¡Oh, ceibo de Manabí!

Quito, 18 de octubre de 2022

Su mirada señala el horizonte

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Un inusitado desplome sumerge en su propia flema la angustia que cobija los dolores insospechados del ánimo que suspende el viento; el denso rubor de su piel vacía colores insólitos en el despliegue extenso de la bruma que aflora del intenso vapor; se adormece la arruga fluida que atraviesa la memoria atolondrada y esparce el deseo suspendido en el insulso confín de sus ambiciones.

Hebras grises emergen de su adherida oscuridad, incesantes, apretando el agobio escatimado al calor que lo ahoga todo. Espontaneas brisas acarician la máscara entorno al ojo abrigador del ave madrugadora que se aletarga al pensar en la tentación del aura matinal. Acongojado el sol veraniego se riega en la raída superficie dorsal aleteada de plumas que se encubren entre sí, embadurnadas.

Mira el ave con el candor estrecho y dibuja una oblicua estría posando una sonrisa de encono; sus ojos denuncian un pacto oculto con la eternidad que le subyuga la existencia. El tiempo oscila apurado, marginando al viento turbio y espiralado quebrado en el espacio infinito que acecha lejano los estragos de su vuelo prosaico. El rumbo se avista en el horizonte de su mirada.

En el aire, refugio infructuoso de densas osadías, descubre infinitos horizontes para su vuelo acompasado; pastoreo elocuente sobre un mar desesperado que deslinda sus colores en la calma vespertina de un cielo pintando el crepúsculo envainado que cuelga del sol. La distancia oculta se abstrae en inquebrantable espera, para dilatarse cuando la tarde anuncia el crepitar. Su solemne mirada despeja las dudas que adormecían los sueños.

Se esparce el lenguaje en el muelle desbaratado bajo el pálpito rugoso de corazones espantados por su propia censura. La mirada inhala el aroma de los pétalos rosados que estiran su color en la inmensidad del espeso horizonte. La culpa ruge en el más débil latido de su mirada.

Quito, 11 de septiembre de 2022

Roberto Chale Olarte: “El niño terrible”

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Su andar pausado pero constante, de pasos tajantes, recorrió los gramados esparcidos por la desmesurada geografía nacional y la esfera mundial. Su futbol fino y efectivo, de acento pícaro y toque preciso, con el garbo del vals bailado en salones de alcurnia, reflejaba un semblante pálido amparando la mirada que descubre a un niño afanado en divertirse.

Su fina irreverencia lo hizo diferente, necesario, imprescindible. Un temperamento ahumado en las calles de la histórica y afamada circunscripción de Barrios Altos, y redondeado en los sudores húmedos costaneros de las calles de Magdalena del Mar, lo adueñó de la combinación perfecta: valor estridente y futbol cerebral, mixtura nunca suficiente en el balompié peruano.

Su rendimiento asentado en atrevida bravura y finta atildada, lo distinguió de los demás. La docilidad con el balón, elevada a categoría doctrinal en el fútbol peruano, prescindía, a menudo, del orgullo que requiere la competencia, pero, él instaló la alegría rebelde que hace florecer blasfemias herejes en los templos más sagrados. La Bombonera, en el bonaerense barrio de La Boca, dará fe por siempre de la sublime herejía de un mediocampista ataviado con sus colores patrios. Blanquirrojo.

Roberto Chale: “El niño terrible”, garbo y figura, trote justo, pasé extendido y exacto, humor y simpatía desplegando encanto, amotinando el juego para devolverle a la afición rendimiento, coraje y deleite para su sosiego. Nos legó acuarelas bronceadas, tatuadas, ya, en la memoria perpetua de los aficionados cuyo gozo agranda episodios legendarios. 

Roberto Challe, avivando los colores impostados en su propia ley, se despliega como icono, leyenda viva que revive el entusiasmo de la afición que lo recordará en la fruición de sus ojos, atisbando su solemne trajinar bajo el ondulado mechón rubicundo de cabello ceñido que acaecía en su frente como signo de coraje y pundonor, del futbol como un juego para un pueblo acongojado en la memoria.

Quito, 17 de enero de 2022

Hielo seco

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El humo del que está hecho tu sólida materia es gris blanqueado, esconde en flor el rubor inhibido, abandonado por tus ojos. La escasa temperatura amedrenta al tiempo, pulsa con encono el blando corazón, trozo grande de goma congelada que blasfema ahogado en las hojas que envuelven su atolondrado palpitar.

Te abstraes en un perfume anodino, evaporado, inconsolable bajo tersas lágrimas de transparente color, son globos eternos de gotas que incendian la piel, arden los poros entumecidos. Ácido sabor acariciando los latidos frescos que dan vida al rencor contraído en el reflejo de la nostalgia.

No serás, hielo seco, agua resbalosa de álgidos avatares rebalsando a tope los bordes de un océano enigmático, estancado en el destino incesante que vierte el polvo fresco que acaricia y seduce, agitando el cutis que hundido enviste el aire extraviado de la ilusión perdida, la que se siente en el ardor de una caricia.

Tus besos, en hielo, rebelan en su masa estéril la vorágine congelada del adrede placer, blandiendo la vaga inflamación que se acrecienta en humedad cuando las huellas se adosan al sudor oculto que pervierte los secretos. Huellas que mojan su verdad con la ensoñación que todo cuerpo expresa en ritos despedazados.

Eres masa que al serlo deja de ser, fidelidad en flor, como clavel marchito que resiste la muerte en pétalo, para renacer como el canto de un pájaro que parte en vuelo alzado, con cantos tardíos que redimen al viento diferido en el espacio inocuo que descubre en seco nuestras mañanas de abrazos crujidos.

Vas a vadear, como serpiente en selva casta, las cuarteadas páginas, libérrimas en su extenuado vivir, como el olor vertido de la sangre que veta los sentidos estremecidos en la insolente renuncia de la soledad, extremo pecado expurgando el orgullo en su teñido color. Lucidez empañada en el afán del reflejo.

San Pedro Sula, 6 de diciembre de 2021

Cicatrices dolientes

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La brisa ajena entonó tu cuerpo y rindió su fatiga en la inmunda abstinencia que absorbe la palabra. Sonaron solemnes y álgidos tus pensamientos, arañando esa voz ríspida que lame tus sueños. Un clamor morboso asomaba mordiendo furioso una pasta blanda, al dente. Avizoramos el horizonte cerúleo. Tu encrespada elocuencia, densa en oraciones, esquiló la redondez con que la tierra nos atañe. Me abrazaste demoledora, con afán de espinoso cactus tierno, sellando los poros marchitos de nuestras pieles.

La cicatriz impune, doliente, desbordada en la estirada blancura de tu dermis, estrechó sus estrías en desorden para recontar los años transcurridos e insólitos. Azorada la huella, presume de húmedos rubores y desdeña lasciva las heridas demoradas en el espigado andar de tu arrogancia sudorosa. Heridas vibrando bajo la sombra de un sol que te confina en el disperso espacio domador del color. Un dolor trasunto cicatrizando el aire aspirado en durmiente sosiego. Es la hoja que flota envolviendo el tiempo con el color del otoño.

Soberbio dolor que sangra en sudor, bajo la anuencia de la costra emergente que especula en su olor, respirando latidos que emergen flácidos y palpitan con agobio ablandando el vejamen de la humillación. Abrazos de plástico regocijándose en la ilusión del espacio que constriñe la luz porque su oscuridad opaca los celos del tiempo. Cicatriz impune, sellando el recuerdo que nos aplasta perpetuamente en ciclos. Polea de redención que bamboleante, sumerge inevitable el pecado sin perdón.

Grita, nos advierte, volverá a nacer en cada flujo de sangre que regresa por latidos, cada vasto sueño que abriga las costras rugosas de la herida imposible, porque el fervor sujeta tu cicatriz impune, casi litúrgica y leal, en la densa coreografía de danzas que enlazan nuestros cuerpos atados a la esperanza de diluir las costras que te ciñen impecable.

San Pedro Sula, 23 de noviembre de 2021

La opacidad de tus andanzas

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El fluido arrogante de la sangre te producía una sensación tan embriagante como la que desliza por el cuerpo el más crudo y seco ron del caribe, sentías el acoso del aire pérfido reboleando áspero e intransigente sobre tu azarosa negligencia. Dueña de un prontuario ríspido, tu imagen, vestida por los colores vaporosos que merodean el camino de los deseos, blandía en el aire bajo el rubor que lo tiñe todo.

Los delitos inclementes que marcan el indeleble peso de las conciencias, te signan de por vida, es una fuga permanente que exalta las trémulas andanzas de tu cuerpo, el sabor ambiguo de la ansiedad que espera disiparse con el murmullo atosigante de algún consuelo. El ardiente mechero que aloja tus extraviadas emociones, aprieta inminente los escarceos anodinos de tu mente, donde fuerzas invisibles despliegan un paredón oblicuo en el que capitulas agónica con una última mirada.

El camino empedrado ahorca en cada curva la mentira contumaz que disfraza la verdad a cada paso, te absorbe el repudio silente impregnado en las huellas cubiertas por el desdén que dejas al pasar, para esconder el pasado construido bajo la flagrante melodía que enmudece la memoria y nos pregunta agitada, dónde pernoctaran los deseos perdidos que acechan tu memoria. No los puedo encontrar en el regazo que me acoge.

Los escondites clandestinos que cautelaron solidarios tu destino, se han cubierto de pudor para surcar enfurecidos los mares desgarrados que atropellan encrespados tus deseos. No han perdurado los pecados cómplices que en tu apacible recuerdo nos despierta del sueño de tardes primaverales, de flores que se añejan bajo la pesada caricia de la lluvia. Te acompañara la melodía excitante que ameniza la aparición del arco iris aquel, que cobijó para siempre la tarde en que el temblor de tus besos, nunca más sería suficiente.

San Pedro Sula, 16 de octubre de 2021

Antigua, la ciudad del tiempo

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He arrastrado todos mis pasos a través de los puntiagudos adoquines que tapizan tus entrañas. Bajo la encrucijada de paredes y portones envueltos en colores esquivos, se han desplegado lánguidas tus calles, con un cándido orgullo colonial de fachadas que mecen la carne del tiempo que fue tiempo, arquitecturas que le arrostran al cielo tu aire conmovido de señorial villa colonial.

Y a pesar del atasco que gime en la historia, fuiste, Antigua, un designio arbitrario del tiempo que sigue siendo tiempo en tus venas de aire cálido que persigue a tiempo un tiempo. Antigua, villa que duermes apacible en Guatemala y te conmueves revuelta en las estrías adormecidas del empedrado colonial que revive en tus ruinas vivas y eternas, la amable búsqueda de perpetuidad.

Cada tramo de tus pliegues arquitectónicos, clama agudos sonidos rugiendo bajo la gris cadencia de los pasos aletargados que te atraviesan. Las piezas de un pasado tejido en la inocua serenidad del tiempo, se ruborizan inclementes en la sombra que despliega el sol sobre los siglos arrastrados bajo el escozor de los ayeres, cubierto por la pasividad de atardeceres que encienden la estela ubérrima de un aquietado horizonte.

Antigua, los colores delatando el ríspido murmullo del tiempo en lejanía, empujan el sosiego de la historia que regresa en el riguroso atavío de tus ruinas que cantan insólitas tu pasado, reclaman lo que son, y declaman que seguirán siendo el refugio más sereno para los recuerdos teñidos por el espurio dolor que insaciable se extravía en el silencio monótono que estalló en tus muros rompiendo la soledad del tiempo.  

Antigua, cuando tus fundadores cantaron melodías que atronaron los finos cristales estampados de tus templos, su voz coral de armonioso temple encendió, de nuevo, la llama que persiste a tiempo en el tiempo. Tu tiempo Antigua. 

San Pedro Sula, 30 de agosto de 2021

En la cornisa del exceso

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Vi tu cuerpo atolondrado, sacudido en la inconformidad de aquellos rizos azabache que hirsutos alfombraban de razones nuestras breves emociones. Ágiles y encorvadas, gatunas, se desplegaron las ansias compungidas en un aleteo agitado, sumergido bajo el ritmo cardiaco que se somete al rigor de arterias fecundas, fluyendo embriagadas por el caudal furioso que arrastra los más espesos pensamientos.

Abruptas tentativas rebajadas desde los instintos mayores, despejaban sudorosas los caminos, girando como un péndulo que dilata su decisión entre el encanto intrigante de lo prohibido y el absorbente rigor del canto agudo de los deseos que absorben el lamento mutilado de la ilusión. En la tregua distante de efímeros trastornos, tu mente quedó fatigada por el asombro extendido de la costumbre. Calientes son los densos laberintos que se ahogan en la mazmorra de los sentimientos excesivos.  

Salpicados por el rubor de la noche lluviosa, clamaste a la luna escondida exigiéndole que derrame su aliento, regando suspiros incoloros para manchar las hojas más frondosas de las sombras adulteras, donde esconde su sonrisa Pandora la griega que, en su más fecunda mezquindad, solo nos dejó la esperanza estrujada por sus espartanos, decididos a linchar la solaz estampa grabada en la comisura de tus labios impacientes incitando el terso bronce de tu piel.

El estallido voluptuoso y perturbador seccionó cada palpito eterno, salpicando de dudas elocuentes apretadas con piel, los frescos ladrillos emplazados en las inauditas concavidades que apuntalan la maciza caterva conformada en tu cuerpo eufórico. Mojados los nidos escabrosos, dejaste pernoctar a duendes sumergidos arañando exhaustos, a su paso, las paredes desteñidas de colores desplazados a las aceras resbalosas del crepúsculo más dócil.

Flotando han quedado en la cornisa más aviesa las voces que cantan la plegaria gemida en oración, por todas las aves apostadas en las ramas que dejó el otoño de mi paraíso.

San Pedro Sula, 1 de mayo de 2021

El Camino

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En cada paso atormentado sobre la ruta despejada acariciabas tus insanas dudas. Los signos encriptados del zodiaco camuflados en tus huellas silentes, marcaban la senda estriada de una estela dibujada por la cadencia indolente de tu cuerpo esbelto en el aire hilvanado por la verdad oscura.

Era el camino distendido del deseo, serpenteando las fisuras que se anuncian en las curvas estiradas como sollozos de macizas paredes que enmarcan el perfil arqueado de un destino mezquino e indolente, pero de extraña levedad que sobrevive en las quejas evaporadas de tus sombras.

El arrebato insigne del hereje que clama enfurecido las proclamas de Spinoza para subvertir la impropia renuncia a los dioses, empasta los caminos indomables con el sudor flagrante que enjuaga los angostos tramos por el que transitan, ya sin dudas, los sueños que moran incómodos en los refugios del dios de Spinoza.

Extraños arrebatos adormecen la pasión mermando el color de la sangre que enrojece el asolado camino, escarnio socavado por los ásperos aullidos que conmueven, el lecho superfluo empedrado, agitando la calma insípida de tu cimbreante voz en el inhóspito descanso de la ruta.

El dócil aroma que emana la flor desgarrada en el hervor caluroso pronunciado por tus pasos, dibuja el jardín opaco en el que conocimos a escondidas la exaltación del otoño. Arenga rígida al color de las hojas más preciadas sembradas para cultivar tus tardes. Se han nublado mis ojos al sujetar las piedras que se desprenden breves en el regazo apretado de la desdicha pasajera tejida en el camino. En cada paso el viento sujeta la amenaza que enfría tu piel, sesgo atronador de inviernos atolondrados conmoviendo tus zancadas. La apacible oscuridad de nuestros perversos sueños repletos de llagas que se aplastan sumisas en el vértigo sublime que nos conduce al destino señalado.

La ruta azarosa

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Descalzo, pies pasmados, sobre las brasas azarosas en fragor ígneo y traslucido, refugias el dolor agónico apretado de ceniza leve que se esparce en desorden, serpenteando el polvo sudoroso de soledad que estalla en astillas de candor ceniciento, azotado en desnudez por los sueños contraídos en tristeza. Se te estrujan los sentidos arrastrándose ebrios, perdidos en la ruta donde celos mendigantes, contritos, ungidos por los huesos condensados, absorben atónitos la luz despedazada en átomos que se adosan perversos a los pliegues de tu sombra opaca pero fatal. Es azaroso el camino, compungido persigue al destino aletargado en la memoria adormecida como la lápida tumbada en el perdón.

La brusca huella traza el rastro en tu camino mondado por el tiempo, esgrimes las llamas afiladas del aliento turbulento, asido en el pecado caluroso que devora los rituales sin solemnidad, abrupto, y después derrite el rencor del aire, y te relame desesperadamente la piel. Prosigues enfurecido, envuelto en el manto mágico de una canción ceñida al verso, caminando sobre el alquitrán viscoso de olor vespertino, durmiendo la emoción turbada que se expresa displicente en el sueño desvalido. La geografía de tu ruta se ensaña voluptuosa y enlodada con breve rubor, siempre ajena al consuelo del jamás, donde los años infinitos te seducen temblorosos, bajo el olor del llanto que sucumbe a lágrimas del desdén y los gestos de tu rostro abrupto. Se han clavado los verbos en tu frente.

El ámbar te tiñe el camino, pinta de sed los paisajes, colorea las ganas insaciables de abortar los sentimientos, bajo la bruma insípida que grisácea mendiga el incierto sabor del destino escondido. Ruta perdida en cada paisaje de jacintos que se abren eternas en flor, de todos los colores, para perseverar mirando el infinito sin menguar en ansiedad, buscando la ruta más azarosa que de tregua y te acerque a esa vida que no tiene destino.

Sintiendo miedo

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El miedo pretérito espanta urgido los encantos impasibles de la sonrisa redonda que esparces, entre lamentos aleteados, en el viento inclemente de la tarde gris que enfurece a las aves coronadas con blondas sedas. Los blandos pliegues curvilíneos en carmín usado, duelen en tus labios, es la mueca absorbida reclamando al infinito la inminente traición de tu cuerpo, reflejo bronce brillante, triste bajo ese miedo fugaz que ha poblado los sentidos.

Cóncavos gritos se despliegan ahogando en mar, los minutos mezquinos de un martirio a secas que asoma en su camino a la eternidad; doblegado en el temblor que me atosiga, presiento las garras del miedo, otra vez, y me envuelve la flagrante herida que surca irreverente mi piel en cicatriz estrecha, salpicando vehemente su ardor escondido en los renuentes poros apretados quienes no duermen inconformes e irritados.

El vacío infinito en el cual flotas, esconde la distancia efímera sobre cuyas huellas tropiezo mi embriagues temerosa, cuando tu recuerdo me abandona azaroso. El fulgente verano en perenne agitación, nos rodea con cada gota de sol que rebota en los frutos pulposos de la árida arena que, al parir los árboles en solemne rito, oculta atolondrada la oración que recita para regocijarse de los pesares sospechosos de un amor impaciente.

Encantos fragantes que sucumben, con escalofriante temor, al dolor del grito que se hace alarido brumoso en vapor ardoroso de aire viscoso. Se engañan nuestros cuerpos y estallan su miedo, en una pena solemne, palpitante e inmisericorde, vaciada sobre la ruta marcada por el Dios que vigila tu ausencia permanente de mis ojos rasgados por lágrimas agrias, piel fría de colores moribundos.

El miedo, mi miedo, se sostiene en la cascada de cristales que caen acuosos, rizados, como clamando la única respuesta esperada del cielo que se contrae salivando en rocíos la lluvia que no redime mis penas, pero las refresca.

Caminante

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Se anticipó al silencio con un sollozo destemplado y alarmante. Sus pasos elongados trazaban elocuentes, sobre su sombra, el perfil de una tristeza desolada, consumida a sorbos como ascuas que se agotan denigradas por un fuego lento y transparente, abrazador. Las gotas infinitas que el tiempo te derrama, Caminante, proclaman con angustiado sarcasmo la inevitable levedad y se despliegan como un manto blando sobre tu piel seca en el sudor. Un bostezo apremiante, en la penumbra de la noche esmaltada con los colores del erguido pendón, persigue tus huellas para deslindar el sendero envuelto, gruñido y áspero, que te arrastra infatigable al final agonizante de tu alborotado trajín, contándole al viento los sueños prohibidos, desdeñosos, frenéticos y cínicos del alma acongojada, pálida y apacible en el trance siniestro; legado de tus épicas batallas.

Te has perdido en la ruta del retorno desde el destino insólito, Caminante. El paraíso ha negado tu visita, ese paisaje olvidado, mezquino, que en su centro esconde el fin vaciado en luz; el pasado hierve en tu memoria, atosigado por el perfume opaco de pardos olores rebosando en miel que se adhiere cual pelmaza a la piel. La cadencia equilibraba de tu musculatura rebelde se agita sobre la cuerda tensa, Caminante, y no cede ante la enérgica pasión con que meces las caderas, para pernoctar los amores danzantes, bajo la álgida ilusión de tu cuerpo agonizante, desbocado por celos que destiñen tu horizonte. Encuentra la ruta de azimut que apunta hacia las horas postreras. Dejate llevar por los instantes, trasladate muy lejos para ejercer la doctrina de la pasión que gobierna emociones, que mueve al mundo en los atascos necios del futuro árido que no asoma.

Sobrevivirás y volverás a empezar, dueña de la fe que enciende la ilusión, que siempre te lleva de regreso al paraíso suspendido en tu pasado.

El viaje al paraíso

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Al transcurrir los minutos amorfos, se estremecieron las angustias, rasgando la piel tensa y áspera de las maduras hojas secas del higo que ha parido la noche en la sequía estival de la cosecha silente. El aroma brusco del viento perdido en la bruma verde de la naturaleza distante, gimoteaba nervioso atisbando el entorno engomado de flores pálidas que anuncian ansiosas la transparencia del destino que se mece en los estertores de los sueños que florecen enhebrados. Es el recuerdo atormentado de un viaje al paraíso.

Flotando leves e inquietas, sus manos se estiraron para atrapar despiertas las fibras alargadas de una vegetación que le apretaba los recuerdos espigados en su cuerpo alado. Transporté su peso envuelto en manto abierto, abrigando la esperanza de envolverme en el trayecto de extrañas pasiones fatigadas que ceden y sobreviven a sus propias historias, que nacen adormecidos en la emoción de los días de dolores cómplices, al nutrir de gozo el viaje atormentado al paraíso obtuso de sus sueños.

La vida y el destino rendidos en el ardor de la batalla altiva del viaje a lo desconocido, atisbaron su renuncia acalorada al mañana que se pierde en la emoción que hiere, cicatriza y no vuelve. La sonrisa extendida de los labios, tras la miel embadurnada del carmín que absorbe el brillo, en la locura aglomerada de veranos que azotan la razón y dan paso en el rencor al paraíso entumecido que no asume sus razones.

Ni las nubes que lo ablandan, níveas, en su absurdo reflejo, pueden definir el límite flotante del universo adormecido que susurra en las noches ladinas, cuando siento el peso aletargado de su cuerpo bajo el resplandor azul de un cielo que se enciende adusto, aplastando indómito las ásperas hojas del higo seco que adorna nuestro viaje al paraíso.

La Laguna Incandescente

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En la seda raída que envuelve solemne la brisa de la laguna aturquesada que circunda tu cuerpo exhausto, brilla tenue el polvo efímero que abarca tus breves modales. Lejos parpadea el sol adusto que reverbera en tu mirada transparente las noches del arduo lodo en el lado opuesto de la mampara azul. Vegetación insomne que abraza al viento con vigorosa exaltación, cual meandros rugosos en tensa piel.

La palma doliente de tu mano amenaza a la tarde dudosa que alumbra el horizonte incandescente; sonidos dormidos se alzan lánguidos, en el crepúsculo que adormilado resume en blandos versos, la doctrina infame del pecado inflamado que amenaza incólume los trinos enredados en la estela húmeda de lágrimas que refriegan la madurez del día que se opaca bajo la sombra dadivosa de la luna arrinconada.

Es tenso el rubor del aire cuando te absorbe entera bajo el ansia encendida de un cuerpo memorioso en sus deseos atónitos. La marea quieta en charcos espumados que se encrespan en el ecuador de tu ignota geografía, atraviesa las más ásperas ansias regadas, cual ungüento que asoma brillante en tu piel caricia caramelo blanco intenso de bronce en sol domado.

Indomables renacerán de tus sueños embriagados, las flores dispersas que atolondran al necio corazón culposo, en el debate estéril de razones que se enredan flagrantes en tus venas que palpitan al ritmo perverso de la rojiza tinta indeleble, desplegada cual oscura mancha por la vasta superficie del resto de tu anatomía alongada por el mudo vaivén que el tiempo le ha dado a tu espigado cuerpo.

Laguna incandescente, atormentada por el rigor del frío que castiga inclemente las quejas telúricas de las montañas circundantes, bajo el dominio de colores que devuelven la vida que los siglos de los siglos han cantado epicúreos la vetusta pasión que nos domina.

Tu cumpleaños

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Es tu cumpleaños, la luna asoma presurosa y embriagada, pálida y adusta, quiere cantar en tu verbena floreada de violetas húmedas que se mecen adormecidas para adornar el lecho segado a tu piel de bronce recuerdo. Tus años batallan adultos en la memoria adrede, se saben siempre cerca en los pensamientos dominados que la edad de la paciencia dota a gotas; remite tu cuerpo aromas al viento surtiendo de signos brillantes los reflejos derramados por tus fotografías, testigos vibrantes de los sueños ceñidos por la sed pálida y doblada.

El arrullo en las mañanas, evoca tu edad de grano fino con caricias encantadas que resumen el sabor adobado de los pliegues tiernos pero dirimentes en el sonido del color que reza eterno, al compás de la locura que envuelve la razón de los años testarudos y mordaces adosados a tu piel. Es el ciclo inacabable que abraza con pasión subalterna tu cuerpo tímido pero indómito, que atiza las entrañas de la luz aflorando en el tiempo extinguido de la edad áspera, postrada de año en año al recuerdo de tu feliz aniversario.

Se atosiga tu diario y se desviste el obituario al ver pasar el calendario; tu mirada denuncia atolondrada los albores empozados de soles derramados en lastrados versos, redondos como la caricia del llanto de la luna adulta que declama en voz altiva a tus pies descalzos en las sábanas floreadas que disipan el fragor medroso de la estación aturdida de primaveras y otoños ardorosos que nos enseñaron a sentir el cuerpo en el alma e inspiran a sufrir en soledad los aniversarios vedados.

Feliz aniversario en el destino. Bramando los años resignan al sol en círculo perdurable los días de arrebol de las ríspidas estrellas que detonan en fulgor los cristales nocturnos que tu quieta mirada espetó desvelando los misterios de los años que te quedan por vivir.

El soldado

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Él, su sombra y su desdén, siguiendo el camino vespertino de encrucijadas laderas, ladeando el paso que la historia de su vida misma le ha marcado, un destino teñido de su sangre atolondrada por los oblicuos sesgos que la voz atónita de su pasión le han dictado. Pírrico en las desoladas victorias de laureles marchitos, huyendo del aroma intenso y arrugado de la razón resignada a la vergüenza de rojo aliento, que asoma en el fresco fulgor de la canción que colorea rauda su percudido uniforme de soldado desolado.

Albas las nubes que dan sombra a lo lejos, empañan con candor la distancia que detona, en un pudor espantando, los dispersos horizontes triturados y sombríos. Le han negado en su batalla el honor signado por la gloria que se enluta mojada en manto por el sudor apagado de sus propias huestes que explotan apelmazadas en el fragor de una cruel embestida que ha estampado de muertes el dilema de su guerra, sumida en la razón de escudos de algodón que le envuelven el alma signada por la ofensa del dolor.

Su piel en la batalla, fría y sudorosa por la fiebre que el miedo endosa, da paso al grito engominado que revienta bajo el soplido de una voz embadurnada del terror onomatopéyico mugiente, como un eco revolcado por un cielo que dimite ante el polvo fraguado por la unción con que el soldado abraza su bandera arrebolada, por la cual corean todas las campanas dobladas a pesar del riguroso metal que con su osco golpe anuncia la desolación del alma en llanto amargo de oración.

Soldado de plomo adusto, encasquetado en mil batallas, roble fulminado por las balas de doblón macizo que trituran de golpe en el galope de la sombra que arrastra tu efigie bajo el peso adormecido de la gloria que mansilla tu desdén.

Lodo amorfo

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El camino lastrado nos ha arrastrado hasta el blando lodo con piedras que gimen en dolor su canto. Hordas mojadas de ungüento amargo han envuelto el polvo regado por los pasos del tiempo, cadencioso pero cómplice. Una infusión porosa ha absorbido el dolor del vientre constreñido por la sangre encendida al olor de nubes avistadas. La luz, de pronto, a enarcado rápida la alarma prófuga de pieles entumecidas, por el fragor de piedras vetustas que encarnan la cruel constancia de nuestras nimiedades.

Cauce seco que cobijas rancias piedras, bebiendo el vómito absorbente de ráfagas mugrosas e intransigentes, que embisten como gotas rabiosas los escrúpulos perezosos de la anomia que en un canto desaforado perece bajo el aleteo trajinante de aves desplumadas. Picos que asoman crujientes susurrando sus motivos, para plegar en ojo seco la fragilidad de una vida sin memoria que dibuje los recuerdos ocultos, que a voz en cuello nos dejan sospechar un sueño hundido en el océano de lágrimas embravecidas.

El pincel marchito colorea el dolor con sus flecos atascados en la furia vendaval que nos acosa. Bravos pudores sumergen sus pieles bajo el bronco barro que adormece nuestros cuerpos ofuscados en la soledad de un tiempo adrede, que conoce de estrellas y cielos encumbrados, espirales blanquecinas que adormecen torrentes sueños, esperanzas cohibidas por pétreas razones que no podrán salvarnos. Sangrantes cúpulas, de adobes corroídos por el desdén oprobioso de los signos que colapsan comprados por el tiempo.

Vientos ligeros empujando adrede la calma rasgada por dientes cariados en ceniza. Queda el polvo húmedo, impregnado en lodo que se adhiere ceñido a nuestras voces; superflua señal y fresco aviso en brochazos, del color de mi tragedia embutida en el anodino barro que lacera, amorfo, el sabor de nuestra tierra cuyo destino se juega a tiempo sin dejar de animarnos, aunque enlutándonos el alma.

Acordes del fuelle en mi acordeón

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La cuerda ronca apretó con ansias, acordeón, tus alas que en suspiros suenan; fue arrastrado el epidérmico bello gris pulido pero bramante con su opaco brillo salmón. Rumiando saliva en finos tonos superfluos, pervive la exultante mirada de lágrima magullada a viva piel de humo nube, dormitando bajo la amena esfera melódica en un día que no es hoy.

Himno bramante regando un cielo opaco, sonido mutante de basta historia y blandos gemidos bronces, en la endeble pasión de candil amorfo, de luz extrema y conventual aroma. Líricos tus cantos padecen en vilo inesperado, el parcial aliento de la nube senil y desdeñosa que ha criado rencores en arbóreos jardines níveos de textura algodonal.

Acordeón de negras teclas y lánguidos acordes, con compases pálidos en notas de sabor amargo; piel adobada por las ásperas fisuras de poros agrietados, que vibran en bemoles sostenidos por registros muy agudos y redondas notas de la anatomía musical, que alumbra la sombra envuelta por el gris abrazador.

Cabalgando a trote, montando la lacerada rodilla que eclosiona con tu fervor nocturno, sucediendo liviano a trancos giros y restregando en cuerpo ardido la espuma virada, el sudor creciente de causas amorfas y ansias pulidas, cual marfil brilloso de boleros sandungueros y pasillos nocturnos entonados con tu fuelle adusto, desde vientos tensos mordiendo cuerdas locas que se trozan como alas secas de mariposa extraviada en su razón.

Armonía en voz tupida que despliega al viento su sonrisa. Acordeón. Tu voz, aleteada e intensa en océano cálido de mares sonoros, burla la desidia del cantor altivo, y predice la furia del poema inerte en cuerpos medrados por el casual goteo de tu sangre acalorada, por el estrépito fragor de cuerpos transidos y pasiones arrinconadas, proclives a ritmos transitorios erigidos en el acuoso vendaval de tu brusca e indómita tesitura.