La Flor

Estándar

La orbita de su mirada esparce delgadas certezas, se encienden sus pupilas, empañadas, describiendo en su giro el dócil fragor de los sentimientos que encarna. Las aristas de color suntuoso brillan en el ocaso de la tarde, caen los pétalos amargos en la vespertina agonía que agota el sabor de la clorofila. Se pigmenta adrede la tersa piel y se extravían los versos en la vorágine que aglomera la feria de colores que sosiega a la flor del jardín.

Colores agitados despliegan el olor del pecado que sus ojos abortan con desdén apretando los sentidos. Son recuerdos, sueños. Es presente, pasado. Es el futuro meciéndose continuo a través del azar de la palabra que no disimula su fervor, que se expande y explota en la corona dorada de la flor de abanico espeso, dilatado cóncavo. Es la flor. Perfume dilatado que se extingue en el calor que capitula ante los demonios que acechan.

La flor riega con su viscoso sudor el arrebolado corazón, se sumerge en la breve anatomía cuya nítida forma da amplitud al reflejo espeso de la luna. La flor simula el deseo expandido y resplandece. Se eslabonan luces en la mirada agotada que exprime escuálidos recuerdos que se juntan como espasmos vivos, agrietados en la soledad de la memoria por la que transitan los aromas nobles de las hojas agrietadas por el recuerdo.

La flor vierte en la sangre ahumada punzantes pellizcos, se aflige el vestido de seda que aprieta las cálidas caderas de la noche. El tallo se estira recto para azotar los contornos de su geografía humana desparramada impávida a través de estrías infinitas, guías del rencor adusto del destino. Va a sucumbir en los recodos del jardín la vasta tierra que dirime espacios y constriñe el luto de la flor de triste sonrisa que al morir lastima el beso final.

Quito, 15 de mayo de 2024

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