Sintiendo miedo

Estándar

El miedo pretérito espanta urgido los encantos impasibles de la sonrisa redonda que esparces, entre lamentos aleteados, en el viento inclemente de la tarde gris que enfurece a las aves coronadas con blondas sedas. Los blandos pliegues curvilíneos en carmín usado, duelen en tus labios, es la mueca absorbida reclamando al infinito la inminente traición de tu cuerpo, reflejo bronce brillante, triste bajo ese miedo fugaz que ha poblado los sentidos.

Cóncavos gritos se despliegan ahogando en mar, los minutos mezquinos de un martirio a secas que asoma en su camino a la eternidad; doblegado en el temblor que me atosiga, presiento las garras del miedo, otra vez, y me envuelve la flagrante herida que surca irreverente mi piel en cicatriz estrecha, salpicando vehemente su ardor escondido en los renuentes poros apretados quienes no duermen inconformes e irritados.

El vacío infinito en el cual flotas, esconde la distancia efímera sobre cuyas huellas tropiezo mi embriagues temerosa, cuando tu recuerdo me abandona azaroso. El fulgente verano en perenne agitación, nos rodea con cada gota de sol que rebota en los frutos pulposos de la árida arena que, al parir los árboles en solemne rito, oculta atolondrada la oración que recita para regocijarse de los pesares sospechosos de un amor impaciente.

Encantos fragantes que sucumben, con escalofriante temor, al dolor del grito que se hace alarido brumoso en vapor ardoroso de aire viscoso. Se engañan nuestros cuerpos y estallan su miedo, en una pena solemne, palpitante e inmisericorde, vaciada sobre la ruta marcada por el Dios que vigila tu ausencia permanente de mis ojos rasgados por lágrimas agrias, piel fría de colores moribundos.

El miedo, mi miedo, se sostiene en la cascada de cristales que caen acuosos, rizados, como clamando la única respuesta esperada del cielo que se contrae salivando en rocíos la lluvia que no redime mis penas, pero las refresca.