La sombra de los recuerdos

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En los portales oscuros ya destartalados, donde nuestras voces opacas asomaron efímeras cual trino acabado de aves perversas de un solo nido, hemos arrastrado desdeñosamente los recuerdos espesos, sumergidos en la sombra obtusa de frívolos signos engullidos por la noche conmovida. El regodeo de animales cuadrúpedos que nos circundan nerviosos, agudiza el ansia galopante en seco de grasientos cuerpos cimbreantes que exclaman a la luna acojonada desde el fragor flagrante y emancipado de nuestra respiración.

Sombríos y perdidos en el tiempo, evocando minutos coloreados que hacen parir en dolor recuerdos amorfos, nutridos de nostalgia presumida, sucumbiendo en el paladar de la noche con lágrimas inconsolables y raídas en la fuga del esplendor rústico de vidas que convergen desde la versión más profunda de los sueños vespertinos, proclives a su propia eternidad desfilando eternos, en el fragor disperso de la mancha que envuelve el aire despierto del veredicto inapelable del tiempo que ya no nos pertenece.

Se ha desangrado el árbol aciago, herido y blasfemando sin esperanza, resistiendo el peso de los cuerpos confusos bajo el sopor profundo del alcohol que moja sumiso sus vapores, deambulando en gotas cadenciosas, cuyo latido palpita en el recuerdo de los corazones trémulos y trastornados que a la distancia entonan la pálida melodía, y  denuncian con melancolía arrastrando ofuscados el aire del destino herético que no acata las plegarias desmedidas de las voces que trinaron en los portales que albergaron nuestros pasos.

Sombra que brilla con ardor asfixiante, y se fatiga en el rubor sonoro de los pasos cadenciosos que han marcado la huella profusa de la mirada traspasada por el viento. Miranos a través del recuerdo del dolor superfluo que en la distancia aflora y acusa al tiempo promiscuo y basculante entre el pasado que ya queda lejos y el futuro aún lejano quien domina al péndulo errático que domina nuestras penas.

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