El soldado

Estándar

Él, su sombra y su desdén, siguiendo el camino vespertino de encrucijadas laderas, ladeando el paso que la historia de su vida misma le ha marcado, un destino teñido de su sangre atolondrada por los oblicuos sesgos que la voz atónita de su pasión le han dictado. Pírrico en las desoladas victorias de laureles marchitos, huyendo del aroma intenso y arrugado de la razón resignada a la vergüenza de rojo aliento, que asoma en el fresco fulgor de la canción que colorea rauda su percudido uniforme de soldado desolado.

Albas las nubes que dan sombra a lo lejos, empañan con candor la distancia que detona, en un pudor espantando, los dispersos horizontes triturados y sombríos. Le han negado en su batalla el honor signado por la gloria que se enluta mojada en manto por el sudor apagado de sus propias huestes que explotan apelmazadas en el fragor de una cruel embestida que ha estampado de muertes el dilema de su guerra, sumida en la razón de escudos de algodón que le envuelven el alma signada por la ofensa del dolor.

Su piel en la batalla, fría y sudorosa por la fiebre que el miedo endosa, da paso al grito engominado que revienta bajo el soplido de una voz embadurnada del terror onomatopéyico mugiente, como un eco revolcado por un cielo que dimite ante el polvo fraguado por la unción con que el soldado abraza su bandera arrebolada, por la cual corean todas las campanas dobladas a pesar del riguroso metal que con su osco golpe anuncia la desolación del alma en llanto amargo de oración.

Soldado de plomo adusto, encasquetado en mil batallas, roble fulminado por las balas de doblón macizo que trituran de golpe en el galope de la sombra que arrastra tu efigie bajo el peso adormecido de la gloria que mansilla tu desdén.