Lodo amorfo

Estándar

El camino lastrado nos ha arrastrado hasta el blando lodo con piedras que gimen en dolor su canto. Hordas mojadas de ungüento amargo han envuelto el polvo regado por los pasos del tiempo, cadencioso pero cómplice. Una infusión porosa ha absorbido el dolor del vientre constreñido por la sangre encendida al olor de nubes avistadas. La luz, de pronto, a enarcado rápida la alarma prófuga de pieles entumecidas, por el fragor de piedras vetustas que encarnan la cruel constancia de nuestras nimiedades.

Cauce seco que cobijas rancias piedras, bebiendo el vómito absorbente de ráfagas mugrosas e intransigentes, que embisten como gotas rabiosas los escrúpulos perezosos de la anomia que en un canto desaforado perece bajo el aleteo trajinante de aves desplumadas. Picos que asoman crujientes susurrando sus motivos, para plegar en ojo seco la fragilidad de una vida sin memoria que dibuje los recuerdos ocultos, que a voz en cuello nos dejan sospechar un sueño hundido en el océano de lágrimas embravecidas.

El pincel marchito colorea el dolor con sus flecos atascados en la furia vendaval que nos acosa. Bravos pudores sumergen sus pieles bajo el bronco barro que adormece nuestros cuerpos ofuscados en la soledad de un tiempo adrede, que conoce de estrellas y cielos encumbrados, espirales blanquecinas que adormecen torrentes sueños, esperanzas cohibidas por pétreas razones que no podrán salvarnos. Sangrantes cúpulas, de adobes corroídos por el desdén oprobioso de los signos que colapsan comprados por el tiempo.

Vientos ligeros empujando adrede la calma rasgada por dientes cariados en ceniza. Queda el polvo húmedo, impregnado en lodo que se adhiere ceñido a nuestras voces; superflua señal y fresco aviso en brochazos, del color de mi tragedia embutida en el anodino barro que lacera, amorfo, el sabor de nuestra tierra cuyo destino se juega a tiempo sin dejar de animarnos, aunque enlutándonos el alma.